Primera foto.
La mañana del 15 de septiembre de 1990 en Soweto, Marinovic registra una de las fotografías más famosas del conflicto. Lindsaye Tshabalala, sospechoso de colaborar con el Gobierno Apartheid, es linchado en plena calle. Su cuerpo en llamas corre de desesperación al mismo tiempo que recibe un machetazo en plena cabeza. Un niño recorre la escena entre indiferente y excitado. Aquella imagen casi le cuesta la vida a Marinovich (registraba todo mientras esquivaba puñaladas de los atacantes por tratar de detenerlos). Finalmente le costó su libertad.
Rápidamente divulgada, la escena despierta la ira de las autoridades, deciden busca a los responsables del asesinato de uno sus simpatizantes. Marinovich debe declarar. El periódico Star esconde a Marinovich obligándolo a huir y volviendo por unos meses a la fotografía antropológica retratando tribus y culturas en perdidos pueblos del Africa. Un año más tarde, la fotografía se hace con el Premio Pullitzer (además de muchos otros) y aquel salvoconducto le permite a Marinovich volver a Johannesburgo blindado por la repercusión ahora mundial de la imagen.
Segunda foto.
El grupo siguió trabajando, saliendo diariamente al amanecer para registrar los horrores de la noche anterior y porque muy temprano también la violencia continuaba. Aquella violencia se transformó en rutina. La rutina trajo los primeros cuestionamientos morales. Los reporteros negros los miran con recelo. Después de todo son blancos registrando una carnicería entre negros. Kevin Carter comienza a ver muertos que se paran y le hablan y se refugia en sus pipazos de Dagga y White Pipe. La violencia interna comienza.
Superado emocionalmente, Kevin Carter no logra tomar el control de su vida. Su matrimonio tambalea, las drogas y las depresiones hacen lo suyo. Pierde oportunidades, rollos y trabajos. Finalmente es alejado del Star. En marzo de 1993 llega por su cuenta a Sudan junto a Joao Silva para registrar los estragos de la hambruna. En ese lugar Carter tomó la fotografía más famosa y maldita de su carrera.
Su imagen de un niño desnutrido contemplado por un amenazante buitre es quizás la imagen más icónica de todas las que dio el siglo XX respecto de las hambrunas en África. Rápidamente se hace mundialmente conocida. Meses más tarde obtiene el Pullitzer. Todos los ojos del mundo vuelven a estar en Africa y el Bang Bang Club. Los amigos están felices por Carter, es una oprtunidad; pero como una cruel paradoja, la fotografía destinada a levantarlo lo hunde aún más. Una polémica en torno a la suerte del pequeño, aparentemente víctima de la frialdad y el egoísmo periodístico del fotógrafo, tuvo para Carter el impacto de la bala que nunca le llegó. Pasó, en un par de semanas, de ídolo a villano, las cosas no cambiarían mucho para él, sigue cayendo, terminaría sus días odiando la imagen.
Tercera foto
18 de abril de 1994. Quedan apenas 8 días para las primeras elecciones libres en décadas, la esperanza de paz se acerca, pero una feroz revuelta se desata en Tokhoza y el Bang Bang Club en pleno está ahí. Menos Carter, que ha abandonado el lugar luego de unas horas para atender asuntos de prensa tras su Pullitzer.
Ken Oosterbroek discute acaloradamente con lospeacekeepers, un cuerpo de policía creado de forma transitoria pero que de centinelas de la paz tienen muy poco porque presas del miedo disparan a todo lo que se mueve. Tokhoza es un infierno de cañones y balas, un fuego cruzado insalvable. De pronto Oosterbroek y Marinovich caen. El caos, la patrulla, la retirada y la llegada al hospital resultará en vano. Una bala ha perforado un pulmón de Marinovich pero logrará ponerse a salvo, Ken no correrá la misma suerte. La televisión ha registrado en directo la escena y también Joao Silva, quien no paró de fotografiar en medio de la tensión. Y una imagen encierra un feroz simbolismo fatalmente trágico: Ken inconciente es sostenido en sus últimos instantes por Gary Bernard, otro fotógrafo muerto tiempo después. El Jefe de Fotografía de Star y líder natural del Bang Bang Club fallecía a los 31 años siendo el fotoperiodista sudafricano más importante de su generación. Había obtenido numerosos premios entre ellos un World Press Photo en 1992.
Las imágenes de Silva generaron polémica una vez más pero para él, sus amigos eran una nueva baja de la guerra. Silva y Marinovich coincidieron en que a Oosterbroek le hubiera encantado ver las imágenes al otro día. El mismo Ken les había enseñado que primero se sacaban las fotos y después se lidiaba con todo lo demás. No había otra cosa que hacer.
Cuarta foto
Su ausencia al momento de la muerte de Ken, es algo que Carter nunca se perdonará. Desde aquel día su vida se irá, ahora sí (aún más) en picada. En la ruina económica, arrasado por la depresión, totalmente atormentado por los recuerdos de la guerra y desilusionado por el cuestionamiento ético que le persiguió tras su famosa foto en Sudán (a pesar de que Joao Silva desmintió que la pequeña corriera peligro ya el buitre aparecía cerca sólo por la perspectiva que corta un lente teleobjetivo, mientras que por el contrario el pequeño estaba a sólo unos metros del campamento de la Cruz Roja).
Murió convencido que la bala que mató a su admirado amigo debía haber sido para él, tal como apunta en la nota que dejó al momento de internar una manguera en su auto conectada al tubo de escape, un 27 de julio de 1994, apenas 3 meses después del Pullitzer. Se fue escuchando música, al borde del Río Braamfontein Spruit, su habitual lugar de juegos en la niñez. Aún no cumplía los 34 años.
Quinta (s) Foto (s)
La incipiente paz que trajo Mandela acabó con la guerra, pero la muerte ya había acabado antes con el Bang Bang Club, convertido desde entonces en una leyenda. Disueltos y reencontrados por el mundo, sumergidos en nuevas guerras, Silva y Marinovich continuaron viviendo al límite del fotoperiodismo. Han seguido recibiendo premios y balas y continúan al frente (y en el frente) sin saber cuándo detenerse, se lo han prometido muchas veces, vuelven a casa por algunas semanas, pero regresan. No tienen el menor interés de morir, sólo que tampoco desean hacer otra cosa.
El 23 de octubre de 2010, cubriendo la guerra de Afganistán, una mina antipersonal lanza por los aires a Joao Silva. Entonces al Bang Bang (y al mismo Silva), que ya lo había fotografiado prácticamente todo, le queda todavía una última prueba. Lejos de preocuparse por su estado luego de la explosión, Silva pide un cigarrillo, que le acerquen su cámara y encuadra como puede (lo que puede), entonces dispara desde el suelo, una, dos, tres veces antes de sucumbir al dolor y el esfuerzo. Ninguna de las millones de imágenes de guerra a lo largo de los años había retratado la tragedia desde los ojos del fotoperiodista. Habituados a presenciar el horror, a registrar la tragedia inminente en los otros, ahora lo padecían. Y es Silva el encargado de simbolizar con ello quizás el último respiro y la última visión de tantos reporteros que han dejado la vida en medio de la batalla. Después de todo, morir y no morir sigue siendo la cosa más normal y rutinaria en su trabajo. Y lo sabe, todo el Bang Bang siempre lo supo. Silva finalmente salvó con vida, pero perdió ambas piernas. “Hasta que me tocó el premiado” bromeó en el Hospital. Sus imágenes, una vez más dieron la vuelta al mundo.
Coda
Han pasado 23 años. Greg Marinovich ha regresado a Sudáfrica, lleva 4 cicatrices de bala en el cuerpo y otras tantas en la memoria; Joao Silva, con prótesis en vez de piernas. Están por fin alejados de la guerra, aunque quien sabe. Desde las primeras fotografías, el Bang Bang Club tiene su lugar en almanaques, premios, obituarios, libros, películas y cerca de 86 millones de páginas web según Google. Y serán sus imágenes, por siempre en la conciencia colectiva, las que continuarán evocando como desde cada amanecer en los township de Johannesburgo el horror de un mundo lanzado cada cierto tiempo al despeñadero por un pedazo de tierra, poder o fe. Un libro (escrito x Marinovich y Silva y actualmente descatalogado) y una película (dirigida por Steven Silver), completan el resto de esta historia, todavía por cierto, inconclusa.