Raíz Latinoamericana hecha en Chile
Casi una docena de discos nuevos, algunos de ellos entre los mejores de 2012, tres temporadas de conciertos recientes y un frente completo de solistas, dúos y grupos dan cuenta de un circuito musical que gana cada vez más espacio en la música chilena. Más que un circuito, un espacio común. Y más que eso, una familia, dicen varios de los músicos que dialogan aquí. Texto: David Ponce La dinámica no termina de prender. En los últimos cinco años una serie de músicos chilenos recientes terminó por llamar la atención de algunas radios, de los diarios y hasta de la televisión, y por lo tanto de un público que ya identifica a nombres como los de Manuel García o Gepe, por citar a dos de ellos. Pero el logro no alcanza todavía para el sentido común de ampliar la mirada de la audiencia hacia otros circuitos, uno de los cuales, el de la música de raíz latinoamericana, está entre los más activos desde el año pasado en Chile. Aunque por ahora descubrirlo a gran escala siga pendiente. La evidencia es física. Ni siquiera digital: en CD. Al menos diez solistas, dúos y grupos publicaron en 2012 once discos nuevos, entre los que se funden influencias del folclor, los ritmos y timbres latinoamericanos y también el eco de la Nueva Canción Chilena, referente dejado por nombres como los de los Violeta Parra, Víctor Jara, Quilapayún, Inti–Illimani y muchos otros desde los años 60 a la fecha, y que en manos de estos músicos actuales se funde con elementos nuevos. Y no es una generación: hay al menos dos o tres, partiendo por una trilogía de autoras y cantantes que desde los años ‘90 cultivan estos campos con persistencia “Nacimos en una época compleja en la que a lo mejor fuimos un puente silencioso con las nuevas generaciones”, ha dicho Magdalena Matthey, quien en 2012 abordó la música de Congreso en el disco Viaje al corazón de Congreso. “Nos sentimos como el eslabón perdido”. Han coincidido con esto Elizabeth Morris, quien editó su tercer disco, Pájaros, y Francesca Ancarola, quien al filo del año lanzó Templanza, su octavo trabajo. También cuenta entre lo principal de este sonido el regreso de Entrama con su cuarto disco, Año luz, uno de los grupos pioneros del género en los mismos 90, así como el doble lanzamiento del guitarrista Juan Antonio Sánchez, más conocido como Chicoria, que se despliega como solista en Viajes para guitarra y con invitados en Tercer tiempo. Al mismo tiempo debuta Sagare Trío, quienes no por debutantes muestran menos experiencia: ahí tocan el mandolinista Antonio Restucci, el guitarrista Emilio García y el propio Chicoria Sánchez, como se oye en el disco Sagare Trío. Una oleada más reciente de músicos afines vino a engrosar la discoteca americanista chilena en 2012. Hasta algunos disueltos conjuntos de la década pasada dieron frutos nuevos, como el disco Tormenta ‘e cuecas de Sebastián Seves, ex integrante de La Comarca y Cántaro, y el estreno de Élitro, de Rodrigo Santa María, fundador de Santa Mentira y radicado desde 2006 en Berlín, Alemania. De la misma generación, el dúo de Daniela Conejero y Simón González debutó con Pasajero, y más nuevos son Merkén y Sankara, dos conjuntos que comparten los estudios formales de música en la Universidad de Chile y los fondos concursables con que grabaron los discos Merkén y Sankara respectivamente. Dame un mes en la radio “Somos como de la misma familia”, dice Chicoria Sánchez. “Pertenecemos a este espacio”, agrega Sebastián Seves. Son definiciones que aparecen espontáneas en el diálogo con estos músicos, junto con la conciencia de estas afinidades y también con la noción de lo que queda pendiente: la llegada de esta música a un público mayor. “Claro que falta algo. ¿Qué es lo que falta?”, se interroga Chicoria, y pasa revista: “Discos no faltan, músicos no faltan, público no falta: falta el intermediario. El productor”. Y coincide Rodrigo Santa María: “Público hay, que va a ver a Antonio Restucci, por ejemplo, un músico famoso mundialmente. Falta un mánager, pero con cariño por la música. Si ves en Argentina, músicos como éstos sí tienen más espacio, tienen un relativo éxito y nos llegan a nosotros”, compara, a propósito de músicos como el pianista Carlos Aguirre o Aca Seca Trío entre muchos otros nombres de ese país. “O falta que nos juntemos y hagamos más cosas como los festivales del año pasado. Es muy sano, porque se produce un movimiento”, propone Chicoria, a propósito de otro índice de esta actividad: las tres temporadas de conciertos realizadas en distintas salas santiaguinas entre agosto y noviembre de 2012: “Con los pies en la tierra”, “Oye la raíz” y el festival “Raíz”, organizadas por los propios músicos. La curatoría funcionó, siendo bien representativa de esta familia. Pero no siempre fue igual con el público, comenta Sebastián Seves, uno de los gestores del primer ciclo. “Esperábamos más gente”, reconoce Seves. “Es fundamental el tema: cómo uno forma un público. ¿Por qué en Argentina sí hay público para este tipo de música?”, plantea a su vez Chicoria. “Por muchas razones: ellos tienen más tradición, carrete, años. Pero hay una actitud también. A lo mejor aquí es fácil echar la culpa a los programadores de las radios: es el recurso más simplista. Pero tampoco son tan inocentes”. “A fin de cuentas cómo se hace famoso alguien en Chile: cuando alguien dice ‘ponte veinte minutos a éste en el Buenos Días a Todos’. Si sale alguien tocando la guitarra ahí eso cambió las posibilidades de difusión de ese artista. Y eso está en manos de unos pelafustanes”, aterriza Rodrigo Santa María. Porque todos concuerdan en que no tendría por qué ser extravagante escuchar esta música en las radios o incluso la televisión. “Me gustaría hacer el experimento”, imagina Seves: “estar un mes sonando en la radio, la misma cantidad de veces que la música que suena ahora. Si después de eso no me va a ver nadie, te creo y sigo tocando para mis amigos. Pero yo sé que fluiría, y con cualquiera de nosotros”. Chicoria coincide. “La gente escucharía”, dice. “No es que no haya público, no es que a la gente no le guste: si hay tantos grupos es porque hay gente que necesita escuchar eso. Los músicos no son unos personajes raros: los músicos simplemente encarnan algo que está en el aire. Yo hago canciones. Algunas son un poco más largas y más difíciles, y son instrumentales. Pero son canciones”. Crítica y autocrítica El guitarrista apunta sí a un factor propio de este sonido: en buena parte es música instrumental, como en los casos de sus dos discos o los de Entrama y Sagare Trío. “Siempre la música con letra va a tener más posibilidades de llegada. Te sabes la letra, la sigues y el arreglo te llega como efecto. Pero muchos géneros son fundamentalmente instrumentales: el jazz, la música clásica. (El grupo holandés) Flairck se hizo tan popular aquí porque en una radio los programaron y finalmente venían y llenaban estadios. Es cuestión de que nos programen a nosotros también hasta que llenemos estadios”. “Esto es música popular también. El problema nuestro es que se nos perdió la función de esta música, o para quién estamos tocando”, agrega Sebastián Seves, y delinea un esquema rápido de ciertos circuitos actuales en la música popular chilena para reforzar el argumento. “O vas a bailar cueca, o vas a la cumbia, o a cantar las canciones de Manuel García: son formatos. Creo que no le hemos encontrado el formato a esta música. Porque está siempre el cuento de si es música para escuchar, para mirar o para hueviar”. En esa teoría de subconjuntos es cierto que cantantes como Pascuala Ilabaca, Nano Stern o el propio Manuel García tienen también elementos de la música latinoamericana o de la trova, y sí han logrado más visibilidad en los medios y en festivales locales e internacionales. “En el fondo es un problema de marketing”, concluye el músico. “Es una pregunta que también nos hemos hecho. Por qué existe este globo que se llama ‘trova’, quién lo inventa, y qué bueno que esos músicos empiecen a salir. Pero es una forma, sin resentimiento, de preguntarnos qué estaremos haciendo mal, por qué no nos vemos”. A esa autocrítica Seves suma al menos otras dos condicionantes. “La mayoría de los que pertenecemos a este espacio hacemos la música súper de corazón, y eso es lo que nos vincula a la gente. Es ese contacto, esa verdad, lo que hay que potenciar. Pero a veces la situación grandilocuente de un escenario nos va en contra, porque en general la gente espera un show, y es raro en un lugar lleno de luces y pantallas comunicar algo íntimo. Es una estética que no va muy de la mano”. Y otros factores posibles son también estéticos y políticos, plantea. “Son resabios de miedo a este tipo de música, que desde el tiempo de los Inti o los Quila quedó estigmatizada; todavía existe eso de que estos instrumentos eran prohibidos y no se podían tocar. Y quizás hay una cosa con el desorden: varios exponentes de esta nueva trova son bien desordenados para la guitarra, con rasgueos raros, con sus formas de cantar. Me imagino a un cabro que no quiere tocar un charango pulcro: lo quiere tocar a todo chancho. Eso es distinto en una parte de la música latinoamericana, pero a lo mejor ese desorden representa más lo que se está sintiendo a nivel de la juventud”. Los mayores A propósito de grupos de vieja escuela, como los propios Inti–Illimani y Quilapayún que menciona Seves, tampoco parece casual que en la temporada recién pasada esos mismos conjuntos se hayan hecho presentes con sendas grabaciones de las dos formaciones paralelas en que ambos están repartidos. Ahí están por una parte los discos Homenaje a Víctor Jara y Absolutamente Quilapayún, de las alineaciones de Quilapayún que encabezan Eduardo Carrasco y Rodolfo Parada respectivamente. Y por otra, el disco retrospectivo y en vivo 45 años–La máquina del tiempo, de Inti–Illimani, y el compartido Eva Ayllón e Inti–Illimani Histórico, de Inti–Illimani Histórico, nominado además a un Grammy Latino. Realizador del programa radial “Americanto” y buen conocedor de estos repertorios, el periodista Manuel Vilches Parodi pone el acento crítico en el rol de esas generaciones previas en relación con los músicos nuevos. “Ha sido un argentino como Pedro Aznar el que ha venido a mostrar más interés por músicos chilenos que los propios conjuntos mayores de acá”, dice, a propósito de las colaboraciones que Aznar ha hecho con gente como Magdalena Matthey o Elizabeth Morris. Y Vilches llama también la atención sobre un factor no siempre considerado: la actitud del público. “El mismo grupo Merkén organizó un festival con varios de estos músicos nuevos el año pasado, pero cuando llenaron el teatro fue con el taller de la Cantata Santa María de Iquique (uno de los discos emblemáticos de Quilapayún)”, contrasta. “Y ese mismo público sí va al teatro cuando viene Aca Seca Trío, por ejemplo, pero no va a descubrir a estos músicos chilenos que tienen un sonido en común”. Lo complementa Seves, linkeado a un grupo como Inti–Illimani no sólo por afinidades musicales sino también de familia, como sobrino de José Seves, uno de los integrantes históricos de ese conjunto. “Hay ciertos elementos que reelaborar: tenemos también el cuento metido de que somos la sucesión de los grupos de la Nueva Canción Chilena, y después de los del Canto Nuevo. Ellos todavía están, ocupan un espacio, y nosotros venimos detrás, casi como una segunda división. Eso nos ha penado por harto tiempo. Pero hay que romper eso de alguna manera”. La manera de romper es apelar en parte al mismo público de esos grupos, sugiere. “El otro día veía a Danilo Donoso (percusionista de Inti–Illimani Histórico y uno de los integrantes jóvenes de esa alineación) que ponía en Facebook el listado de conciertos que ellos habían dado en enero y la cantidad de gente que fue. Más gente que la cresta. Y la mayoría de esas personas podrían escuchar algunos de estos grupos y les gustaría. Lo que pasa es que la gente va a ver a esos grupos y se saben las canciones. Las nuestras no se las saben. Todavía”.