El feminismo incomoda

El feminismo incomoda

Por: Amanda Mitrovich | 19.12.2018
Tengo más de 5 demandas en la justicia civil, una por parte de los profesores, una por parte de unos estudiantes que denunciamos de violación, y tres por parte del rector. Más dos o tres sumarios (ya perdí la cuenta) internos de la Universidad, donde la sanción va desde disculpas hasta la expulsión, la cual es decidida (según el reglamento de estudiantes, número 203 del año 1986) por el mismo rector de la Universidad.

El feminismo incomoda porque cuestiona todo. No solo cuestiona y pone en jaque al patriarcado como sistema hegemónico, sino que además, deja en evidencia cómo la sociedad en su conjunto tiene en sus propias bases a esta misma doctrina. Desde las instituciones estatales y universitarias, hasta el propio sistema económico, donde se ha evidenciado que las mujeres siendo relegadas al espacio privado, pero posteriormente validadas en el espacio del trabajo público, son la base del capitalismo, su mano de obra más barata y precarizada.

Las feministas incomodamos. Porque nos atrevemos a decir lo que mucha gente calló durante generaciones. Porque nos atrevemos a sentir empatía, a poner en juego nuestra integridad, nuestras vidas, por una lucha conjunta, donde muchas veces nosotras como individuas no somos las víctimas directas.

A las que hemos sido las caras visibles de todo esto, las que nos ha tocado tomar el megáfono y hacer de nuestra voz la voz de todas, se nos ha tomado como eje central para la represión por parte de estos sistemas hegemónicos a los que tanto molestamos e incomodamos, para que todas sepan lo que pasa cuando cuestionamos a los que tienen el poder.

El 2016 en la USACH, iniciamos un proceso de visibilización de denuncias de acoso sexual en el Departamento de Historia, donde logramos poner la temática respecto a la construcción de espacios educativos seguros en términos emocionales, justamente eso que el patriarcado tanto niega. En el camino se nos pusieron muchas trabas, pero logramos, en octubre de 2016, iniciar un sumario administrativo por acoso sexual contra L. Ortega y A. Samaniego, profesores del Departamento hace más de 30 años.

Partimos con 25 denuncias. Pero cada vez que logramos masificar lo que estaba pasando, llegaban más y más. Algunas de hasta con 20 años de antigüedad. Nos dimos cuenta de que vislumbramos y abrimos un conflicto de largo arrastre, donde tanto la institución, como las diferentes autoridades habían guardado silencio, siendo cómplices y encubriendo acoso sexual.

Estuvimos más de un año esperando los resultados de este proceso (el cual, legalmente, no debería durar más de 60 días). En ese andar, nos dimos cuenta de lo nefasto de las reacciones y medidas tomadas por la Universidad al alero de un Estado patriarcal incapaz de sancionar y prevenir realmente la violencia de género. El acoso sexual ni siquiera estaba tipificado. El 2017, frente a las nulas respuestas, iniciamos un paralización que se extendió por más de dos meses, llegando a movilizar a toda la Facultad de Humanidades, e incluso, tomándonos este edificio.

Todo esto, me tocó vivirlo desde la presidencia del centro de estudiantes de las carreras de Historia, desde donde vi lo maravilloso de la organización feminista, donde hombres y mujeres se movilizaron con tal de construir espacios seguros, y respaldar a las compañeras denunciantes. A fines de dicho año, recibimos los resultados del tan esperado sumario, donde salen culpables de “falta de cortesía”. Demostrando una vez más, la ineficacia y falta de voluntad por solucionar y sancionar la violencia de género.

Este año, he visto y vivido las consecuencias de todo lo que levantamos. Todo partió con un sumario administrativo interno de la USACH. Después una demanda en fiscalía por secuestro al rector. Después otro sumario. Después una demanda en tribunales. A la fecha, tengo más de 5 demandas en la justicia civil, una por parte de los profesores, una por parte de unos estudiantes que denunciamos de violación, y tres por parte del rector. Más dos o tres sumarios (ya perdí la cuenta) internos de la Universidad, donde la sanción va desde disculpas hasta la expulsión, la cual es decidida (según el reglamento de estudiantes, número 203 del año 1986) por el mismo rector de la Universidad.

Sé que no soy la única. Sé que múltiples compañeras, de diferentes lugares están viviendo persecución, en sus diferentes casas de estudio. Pero no pasa solo en las universidades. Sé que las compañeras que luchan por las aguas y por los territorios que están siendo devorados por las empresas al alero del Estado, son constantemente amenazadas de muerte.

Aunque en ninguno de los casos que hoy están en la justicia civil he salido culpable, es un desgaste emocional y físico constante para mí y mi familia, además de todo lo que implica, como la persecución física de policías infiltrados, o la presencia constante de la PDI afuera de mi casa.

Estamos cuestionando la hegemonía, una forma de construir conocimiento, de hacer política, de pensar. Estamos cuestionando a las instituciones que han mantenido el poder durante años; al Estado, a las universidades, pero también al capitalismo. Y ellos, sabiéndolo, nos persiguen y hostigan, y asimismo, nos demuestran que vamos por buen camino, que estamos incomodando.

Que todo esta violencia nos de fuerza e ímpetu para seguir en la lucha.
Porque nunca más estaremos solas.