El parto en casa: Una respuesta a la violencia obstétrica e institucional
El desplazamiento del parto desde la casa hacia el hospital se produjo por múltiples factores, en un ciclo de más de un siglo y de los cuales sin duda alguna el bajar la mortalidad materna y neonatal fue uno de sus objetivos más claros y exitosos. Asimismo, que uno de los grandes logros de la medicina moderna y el Estado ha sido ayudar en las mejoras de las condiciones sanitarias y alimentarias, las que son en su mayoría responsables de nuestra mayor sobrevivencia. El control del nacimiento por parte del modelo médico hegemónico es un hecho consumado en nuestro país y aquellas formas que le disputen su control serán atacadas, camuflando sus múltiples intereses en las retóricas del cuidado, es decir, acudirán a la imagen convencional del parto visto como doloroso, riesgoso, en síntesis, como un fenómeno patológico que requiere del control y cuidados médicos extremos.
Me pregunto desde cuándo el parto se ha conceptualizado tan esquemáticamente como un evento de alto riesgo, que en ninguna circunstancia pueda prescindir del control médico. Sobre todo me viene a la mente la idea de cómo ha sido posible que el mundo se haya poblado, en tantas regiones diferentes con climas más o menos favorables, si este evento gravitante es tan riesgoso y supone tantos peligros.
Hay quienes ven en la tendencia de las mujeres de querer parir en casa una mera moda y esgrimen diversas razones por las que esto sería arriesgado. Si bien estos argumentos utilizados no pasan de ser, tal como se han entregado, meras opiniones, lo que me parece más complejo es que se permite deslizar un juicio de valor hacia las mujeres que toman esa decisión. Quienes sostienen esta opinión no se detienen a pensar ni por un instante por qué un grupo creciente de mujeres están decidiendo tener a sus hijas e hijos en casa y no en el hospital o clínica, lugares supuestamente más seguros, con mayor tecnología para las necesidades de la madre y su cría cuando eventualmente la requiriesen. Ni por asomo se menciona el concepto violencia obstétrica, un concepto nuevo para designar una forma de trato que se le ofrece a la mayoría de las mujeres durante la gestación, el parto y el puerperio en nuestro país. No señalan las alarmantes cifras de cesáreas que el año 2012, según datos del Ministerio de Salud alcanzaron el 49, 2% de los nacimientos, siendo un 34, 9% en el sector público y de 71, 8% en el sector privado y que nos dejan en el tercer lugar de los países de la OCDE con más cesáreas, según datos del año 2015. Estas cesáreas constituyen procedimientos no justificados que nos tienen bajo la mira de la OMS, que recomienda entre un 10 y un 15%. Tampoco apuntan nada sobre las episiotomías, procedimiento de rutina en el contexto chileno, que implica un corte innecesario en el periné desde la vulva hacia el ano cuyo fin es agrandar el canal de parto para acelerar el mismo. Se trata de una cuasi mutilación genital femenina enmascarada en las retóricas del cuidado médico, que puede producir diversas complicaciones, desde relaciones sexuales dolorosas hasta incontinencia fecal. Estas son algunas de las múltiples intervenciones a las que las mujeres nos vemos expuestas en nuestros partos de forma rutinaria, a las cuales se nos somete sin información clara ni consentimiento, sumadas a los malos tratos de gran parte de un personal de salud deshumanizado que nos ve como un objeto y no como sujetas de derecho. Prácticas médicas que en muchos casos resultan en iatrogenia, esto es, en daño para las mujeres que se supone deberían cuidar y cuya salud deberían resguardar, toda vez que redunda en pingües beneficios económicos para los médicos, los hospitales y clínicas (sobre todo estas últimas).
Razones para volver a tener un parto en casa hay muchas además de las ya reseñadas, ya que en dicho sitio las mujeres se sienten acompañadas genuinamente, protagonistas en la toma de decisiones, libres para desplazarse de un lado a otro en un espacio seguro y no sobre intervenido (sin suero, sin oxitocina sintética, sin ruptura de membranas, sin maniobra de Kristeller, sin anestesia obligatoria, ni amarres en mano y pies). Si bien el parto en casa es duro y no una panacea, parece ser una opción legítima para muchas mujeres que asumen que el parto es un estado que bajo ningún supuesto debiese concebirse como patológico y que por lo mismo no debiese ser sobre intervenido.
Lo que no está considerado en esta discusión es la autonomía de las mujeres, pues no debemos olvidar que el parto, aunque se trate como una patología no lo es. Las mujeres estamos buscando un espacio para sentirnos autónomas, seguras y no desautorizadas, infantilizadas o vistas como cuerpos defectuosos a los que hay que constantemente remendar. Por ello no es de extrañar que la sala de parto haya sido designada por Michelle Sadler, antropóloga médica chilena, como la sala de juicios en donde las mujeres somos constantemente escrutadas, juzgadas y muchas veces condenadas.
Sería esperable empatía y más reflexividad por parte del personal de salud, por parte de los equipos médicos, que no cuestionan sus prácticas como invasivas, autoritarias y en muchos casos desactualizadas y iatrogénicas. Quedándose en el discurso cómodo del prejuicio sexista de criticar a las mujeres que prefieren tener un parto al margen del modelo médico hegemónico, por no querer someterse a la violencia que implica.
He leído a médicos responsabilizar a las mujeres por el alto número de cesáreas (aunque se sabe que las mujeres prefieren parto vaginal), también por exponernos a riesgos innecesarios en un parto en casa. Las demandas de las mujeres no son modas o meros caprichos, no son pensamientos poco profundos y pasajeros. Deberían ser leídas como una respuesta al trato que en los mismos hospitales y clínicas se nos entrega. La tendencia de parir en casa no es una moda, es una elección legítima de las mujeres, resultado de políticas y prácticas de salud que nos violentan a las mujeres y nuestras crías y que deben ser erradicadas con urgencia.