Para las “mujeres” no hay tiempos de Paz

Para las “mujeres” no hay tiempos de Paz

Por: Victoria Aldunate Morales | 30.05.2017
Hay chipe libre a fuerzas paramilitares que protegen a empresas depredadoras y terratenientes, mientras sus policías complacientes con los narcos y sus mafias misóginas allanan a comunidades rebeldes. Esas comunidades somos también nosotras, que vivimos sin ambigüedades el origen singular de la violencia. La noviolencia entonces se torna una posibilidad para privilegiadas, no para nosotras. Pregonarla puede ser muy racista.

La insurgencia nunca ha sido desechada por las que se rebelan. ¿Por qué entonces en marchas feministas ronda últimamente la ambigua consigna “Todas las Mujeres contra todas las Violencias”?

Hasta la Iglesia Católica en dictadura -al menos en este territorio-, se la jugó por la defensa de quienes nos opusimos activamente a la derecha política, al imperialismo y a Pinochet. La monja Blanca Rengifo apoyó la lucha armada porque "no bastaba con rezar". Todas lo comprendíamos, las cristianas y las que no lo eran. Se hablaba de “el derecho de los pueblos a la rebelión”, lo recuerdo clarito y ahora me suena más progre que la consigna feminista "contra todas las Violencias".

Esta consigna en un territorio que está pariendo insurgencias, en un país racista donde las mujeres mapuche son allanadas, torturadas, perseguidas y encarceladas con sus guaguas por oponerse al despojo constante que les hace el Estado chileno, suena reaccionaria, domesticada y liberal.

¿Cómo se posiciona esa consigna política en relación a las luchas insurgentes de los pueblos colonizados y vueltos a colonizar por dictaduras y trasnacionales?

Una cosa es decir Guerra a la Guerra, como hicieron Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin -que junto con ello lucharon por la revolución social-, y otra muy distinta es quedarse sin autodefensa e imaginar que las feministas debemos recurrir a la noviolencia.

Zorreando: “Saboteamos, boicoteamos…”

No todas nuestras confrontaciones al patriarcado son noviolentas. También sabemos expulsar a un agresor y señalarlo. Gritos al macho -“¡Agresor fuera!”- y el tipo sale porque nos imponemos por la fuerza de ser mayoría allí. El agresor nos teme tal como sus víctimas antes vivieron el miedo ante sus agresiones. No es un acto de noviolencia.

Saboteamos, boicoteamos… Dado que cada acto de violencia en contra de una mujer crea una atmósfera de amenaza contra todas las mujeres, nuestras acciones contribuyen… al desarrollo de una atmósfera de ‘¡La resistencia es posible!’ (…) Un grupo de mujeres les encontrará para atacarles y hacerles quedar en ridículo frente a la opinión pública”, es lo que decían las Rote Zora o Zorras Rojas en español, un grupo de guerrilla urbana feminista, antirracista y antimperialista que usó tácticas de lucha armada entre los años '70 y hasta incluso el año '96.

Solían utilizar explosivos y subrayaron que “debido a la posibilidad de poner en peligro la vida de alguien, nos esforzamos en ser especialmente cuidadosas. Sería una paradoja convertirse en tan cínica y brutal como el sistema. Hemos rechazado muchas acciones porque no podíamos eliminar el peligro hacia gente inocente”.

Las Zorras Rojas actuaron contra sex-shops, quemaron automóviles de patrones responsables de despidos masivos, falsificaron tickets de transporte público que repartieron en zonas empobrecidas, atacaron a traficantes de mujeres.

La guerra brutal contra nosotras

Lo que la guerrilla feminista atacó en Europa y lo que la lucha antidictatorial combatió en el siglo XX en Nuestramérica, se ha profundizado en el siglo XXI: La Trata de Personas es territorializada, racializada y generizada. Se calculan 28 millones de esclavas y esclavos en el mundo que son tratados como no-hombres, es decir, sin los privilegios de la masculinidad. Son gente interpretada como “mujeres” a las que les arrancan sus productos: guaguas, niños y niñas. Incluso sin útero, son personas feminizadas usadas para trabajos domésticos y otros trabajos esclavos. Les fragmentan tal como la industria capitalista de la carne hace con los demás animales. Venden sus órganos, compran sus embarazos y arriendan sus úteros.

Se sabe de al menos 1 millón y medio de esclavas sexuales en el mundo y se dice que es un negocio de cerca de 35 mil millones de dólares anuales, menor que el de las drogas, pero “rentable”. Drogas y trata se entrelazan, no sabes dónde termina uno y empieza el otro, ya que se utilizan mutuamente. Los ajustes de cuentas entre mafias misóginas suelen tener como blanco a las mujeres que las integran y/o a las mujeres que esclavizan. Los comerciantes de esclavas dicen que las mujeres “son más rentables” porque "no tienen que ser cultivadas, destiladas ni envasadas (como las drogas) y duran más pues pueden ser usadas una y otra vez". Una niña de 16 años ya ha sido violada por 100 hombres.

¿Las “violencias” “de género”?

Por otra parte, hablar de “las violencias” en plural, como lo hace esta consigna feminista, envía un mensaje equívoco también en lo que respecta al origen singular de la violencia patriarcal y capitalista contra las mujeres. La disuelve en situaciones desconectadas. Asume la categorización que hace el enfoque de género institucionalizado de la violencia machista cuando, por ejemplo, la divide –absurdamente- entre “psicológica y física”.

Y no es un problema sólo de lenguaje y símbolos. Es que se refuerza un enfoque usado por Estados, gobiernos, partidos políticos y ejércitos que en la actualidad prefieren hablar de “Violencia de Género”… ¿Se preguntaron por qué le suena mejor a la tevé y los medios esta nueva denominación de la violencia?

“Violencia de género” parece ser un concepto abarcador de las supuestas múltiples y desconectadas “violencias”. Son lucimientos académicos categorizan vivencias no categorizables, pero sobre todo parten de una ingeniería patriarcal abarcadora de “Hombre-Mujer” como dos géneros equivalentes y recíprocos (neutros). Encubren que “género” es una relación de poder y dominación en sí misma. Pueden llegar a aceptar -en teoría- que habría más de dos géneros, pero jamás que pueda no haberlos. “Mujer” en esta concepción racista abarca a todas las humanas en un solo modelo universal: la mujer occidental. Las demás no existimos.

No hay nada “neutral” en el racismo. No hay nada recíproco en la invención de las mujeres como una categoría de género. No hay nada justo en que la sexualidad femenina y feminizada esté disponible para ser explotada como una mercancía capitalista de intercambio económico y esclavitud colonial. La violencia contra nosotras no es un fenómeno particular. Sucede en Bosnia y Hersegovina donde policías y agentes de la ONU han sido cómplices de la trata, en toda la Europa del Este, África, Asia, países árabes, Haití, donde las “fuerzas de Paz” abusan sexualmente de niños, niñas y mujeres a cambio de comida; es en territorios empobrecidos de las ciudades chilenas donde hay varones que intercambian mujeres por drogas y proporcionan drogas a mujeres a cambio de “usarlas”.

La violencia y su provecho

La violencia patriarcal y capitalista extrae todo de los cuerpos feminizados. Los ocupa, desaparece y destruye; para eso, los categoriza y segrega. Hay provecho concreto y material. Somos territorio de “conquista”, botín de guerras “patriotas” y de guerrillas masculinizadas, material del narcotráfico y un objetivo particular de persecuciones.

Las esclavizadas por la trata sufren secuestros, quemaduras, rotura de huesos, privación de alimentos, abuso sexual, abortos por golpes, embarazos por violaciones. Esa tortura produce divisas. Las esposas, novias, amantes, convivientes, en la familia, en el matrimonio y en la comunidad, sufren agresiones similares. Los agresores obtienen trabajo femenino, sexo en sumisión y privilegios. Las presas políticas y comunes, en los cuarteles, cárceles y otros lugares de reclusión, también sufren estas agresiones y el agresor organizado institucionalmente abusa sexualmente, logra confesiones, debilita la insurgencia, refuerza dictaduras y sostiene la paz de los ricos.

Cambia el torturador, su investidura, pero no su lugar de poder y privilegio de raza, género-sexo, clase y fuerza militarizada. Capital y territorio se conectan. En Europa del Este, las esclavizadas son mujeres de países en donde las revoluciones socialistas se pudrieron y los nuevos gobiernos capitalistas se endeudaron con el Fondo Monetario Internacional. Las mujeres en Trata vivían en territorios empobrecidos, los traficantes llegaron a sus barrios y poblados ofreciendo trabajo o una relación romántica, tras lo cual las entregaron a la trata. Lo mismo hacen hombres que trafican en nuestras poblaciones: declaran amor, ofrecen protección y drogas...

Elites enriquecidas que poseen capitales “subterráneos” en “paraísos fiscales” y mega-corporaciones con conexiones transnacionales usufructúan también de la trata y el tráfico. Por supuesto que también de las guerras y ocupaciones territoriales, y del robo legal de minerales estratégicos, maderas, despojo a los mares y bosques, asesinato de fauna y flora. Por eso hay chipe libre a fuerzas paramilitares que protegen a empresas depredadoras y terratenientes; por eso sus policías complacientes con los narcos y sus mafias misóginas allanan a comunidades rebeldes. Esas comunidades somos también nosotras, que vivimos sin ambigüedades el origen singular de la violencia. La noviolencia entonces se torna una posibilidad para privilegiadas, no para nosotras. Pregonarla puede ser muy racista.

No hablo de sublimar la violencia como un recurso individualista ante cualquier frustración, sino de autodefensa, insurgencia y rebelión, organizadas. Hacemos terapias feministas, volantes explicativos, pintamos murales, escribimos, actuamos, hacemos música, y también necesitamos protegernos de la violencia concreta porque “para las mujeres no hay tiempos de paz”.