Tres incógnitas del Frente Amplio
Desde el Frente Amplio se ha hablado mucho de una “nueva forma de hacer política”, la cual, en principio, vendría caracterizada por una nueva relación con la ciudadanía y la incorporación de los movimientos sociales y sus demandas como matrices rectoras de su accionar.
Así, varias columnas y declaraciones sobre el Frente Amplio han intentado dar cuenta de su desafío “a largo plazo” y su necesidad de instalación “con fuerte arraigo social”. Todo ello, en un escenario de fuertes definiciones y tomas de decisiones en un año electoral, donde la ansiedad de la Nueva Mayoría por impulsar su programa y los apuros en conformar la apuesta electoral del Frente Amplio, generan situaciones -como la reciente discusión sobre aprobación de la idea de legislar la reforma a la educación superior- que requieren definiciones estratégicas que permitan, en el corto plazo, abordar las relaciones entre los distintos componentes de lo social y el ejercicio de la política en su nivel más institucional y electoral.
Para poder resolver esto, existen tres incógnitas claves que el Frente Amplio debe resolver si aspira a ser algo más que un conglomerado electoral situado en los márgenes del 5%. La primera, es cuál es el rol que debe jugar el Frente Amplio en las instituciones. La segunda, cuál debe ser su rol al interior de la sociedad civil y los movimientos sociales y la tercera, cuál será el tipo de relación entre los movimientos sociales y los espacios institucionales.
La discusión sobre el rol que se debe jugar en las instituciones hoy no es clara. En primer lugar, porque la izquierda, en general, ha carecido sobre una reflexión sobre el Estado. En segundo lugar, porque la mayor parte de las fuerzas del Frente Amplio nunca se han enfrentado tan de cerca a la ocupación de posiciones al interior del Estado. Ahora bien, la posibilidad de constituir una bancada y el triunfo en la alcaldía de Valparaíso exigen por lo menos abrir el debate.
Para hacerlo, es necesario partir reconociendo que las instituciones son un campo con una forma determinada, un espacio que condensa relaciones de fuerza material y simbólica entre distintos sectores sociales, pero que también poseen fuerza como aparatos, que actúan sobre nuestras vidas y producen nuevas situaciones. Por lo tanto, no es posible solo conquistar espacios en ellas, así como tampoco se pueden despreciar puesto que poseen un potencial -limitado- de transformación.
Hoy las instituciones responden a lógicas clientelares, fundamentalmente como espacios de resolución de “problemas”, reducidas únicamente a la gestión. Hostiles con la gente común, las instituciones se encuentran dominadas por la tecnocracia, el capital financiero y la despolitización. Lejos de ser espacios de inserción y encuentro, hoy las instituciones distan de ser herramientas en la construcción de horizontes de sentido, mucho menos de ser espacios que contribuyan a la justicia social, toda vez que son las mujeres, las y los pobres, indígenas o inmigrantes quienes encuentran las puertas cerradas en esos espacios.
Por lo tanto, me atrevo a afirmar que una primera tarea del rol que debe jugar el Frente Amplio en las instituciones es abrirlas, constituirlas en espacios de integración y justicia social. Para ello, es necesario cambiar la “cancha” institucional, lo que difícilmente se logrará sin iniciativa. En ese sentido, es crucial volverse una fuerza dirigente, capaz de arrastrar otros sectores o facciones políticos tras de sí. Descansar en un asiento del parlamento no puede ser una opción.
Pero también, en una dimensión más ambiciosa, convertirlas en herramientas que encarnen una voluntad colectiva, un horizonte de país. Devolver a las instituciones su carácter nítidamente político, no solo como herramientas de poder, sino como horizonte de sentido. Recuperar la capacidad de la política de constituir valores, actores e identidades es, por lo tanto, una tarea crucial en materia institucional. Esto implica ampliar de forma democrática el Estado, así como poner la acción parlamentaria en función de esta tarea, con los distintos medios que ello implica (dinero, vitrinas públicas, capacidad de congregar personas, iniciativas parlamentarias).
Por ejemplo, tomar la iniciativa en materia de innovación y producción tecnológica, impulsando una agenda estatal en esta materia, que transforme el patrón productivo, sería una señal de que en este país estudiar es algo que contribuye a todos y tiene un espacio real de trabajo, de forma que la educación queda articulada con un proyecto de país. O en materia de seguridad, impulsar organizaciones comunitarias que generen redes vecinales, dando impulsos sustantivos a los espacios de encuentro territorial.
Ahora bien, si se apuesta por este tipo de acción institucional ¿cuál debería ser el rol que juegue el Frente Amplio en la sociedad civil y los movimientos sociales? Esta respuesta debe oscilar, a mi entender, entre dos polos. Por una parte, el respeto a la autonomía de los movimientos sociales. Por otra, la politización, es decir, la apertura de conflictos, contribuyendo a la formación de actores, fortaleciendo su organización y sedimentando organizaciones civiles que, aun siendo parte de un determinado horizonte político, adquieran sentido propio, sin subordinarse ni a la acción estatal ni al Frente Amplio como tal, volviéndose, por tanto, sentido común.
Para ello, es fundamental que la militancia del Frente Amplio se aboque a la construcción de espacios comunes. Re-encontrarnos en las juntas de vecinos, impulsar clubes deportivos, asociaciones culturales, clubes de cine, sindicatos, centros de mujeres u organizaciones de beneficencia. Por supuesto, esta es una tarea de largo plazo, pero que, incluso en campañas se puede incentivar. No solo preocuparse de volantear, también presentarse en aquellas organizaciones que ya existen, recuperar el mitin como espacio de encuentro.
Por último, la tercera incógnita, aunque implícita en las otras dos, adquiere un carácter específico para enfrentar el momento actual. En esta columna, aunque no de forma manifiesta, se ha conferido un carácter central a la política, entendida como disputa del poder en torno a los ordenamientos posibles de lo social. Dicha centralidad implica, en primer lugar, que el orden social siempre está mediado por la política. En segundo lugar, que la política no es solo un reflejo de un orden social, es también un espacio que posibilita ordenes alternativos. De este modo, la relación entre movimientos sociales y espacios institucionales no puede ser la de meros voceros.
Los movimientos sociales, en tanto logran organización y existencia pública, pasan de ser una categoría social -estudiante, trabajador y trabajadora, mujer- a ser una categoría política puesto que pugnan por un orden alternativo. Para construir un movimiento ciudadano y popular, es decir, un movimiento que da centralidad a la política, a la construcción de una comunidad en torno a un Estado, donde los sectores subalternos disputen la hegemonía, el vínculo debe ser de elaboración conjunta. Esto significa, por una parte, que aquellos movimientos sociales de carácter popular-democrático, ya constituidos deben ser incorporados, en la toma de decisiones. Por otra parte, en el caso de aquellos sectores que no se encuentren organizados, los espacios institucionales deben ser utilizados para propiciar su activación, para ser articulados y para impulsar su organización. Ello, por ejemplo, hoy significa disputar discursos como el de la seguridad y el empleo, materias lejanas a la fraseología de la izquierda, pero cruciales si se aspira a movilizar a los sectores populares y volverlos un componente fundamental y hegemónico del nuevo ciclo histórico.
Permearse del pueblo, nombrar sus dolores, hablar de sus preocupaciones y, sobre todo, abrir el Frente Amplio para que sean los propios sectores populares los que tomen la iniciativa en materia electoral e institucional es clave en la construcción de un movimiento ciudadano y popular. Es, también, la única forma de poder responder a las tres preguntas. Hoy, si el Frente Amplio aspira a la emancipación y la igualdad, debe apostar por construir pueblo. Para ello, el asalto a las instituciones debe tener un norte claro y ser dirigido por los sectores populares. La tarea más inmediata, por supuesto, como fuerzas políticas, es abrir ese espacio.
Finalmente, la verdadera incógnita del frente amplio puede reducirse a una ¿Estaremos dispuestos a reconstruir una nueva matriz socio-política nacional y popular?