Chile se va secando: Aculeo está muerto
“El agua es un derecho humano, Aculeo despierta”, dice un lienzo negro, colgado en la entrada a la localidad de Pintué, a 70 km de Santiago. Es es una de las localidades que bordean la extinta laguna de Aculeo. Dieciséis kilómetros en dirección a la cordillera se encuentran Rangue y Los Hornos, sectores que están sin agua potable desde septiembre de 2018.
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En Chile, el uso de los recursos hídricos es regulado principalmente por el mercado. Hace pocas semanas el Gobierno anunció una modificación al Código de Aguas, que permitirá otorgar derechos de agua por licitación o remate. Diversas organizaciones sociales criticaron el carácter “perpetuo” de las licitaciones, sin embargo, el ministro de Obras Públicas Juan Andrés Fontaine respondió argumentando que son “indefinidos”.
En cualquier escenario, esto profundiza el negocio de las aguas y su transacción en el mercado. Actualmente el Estado otorga los derechos de manera provisional, incluso en cuencas con escasez hídrica, con la posibilidad de ser indefinidos. Esta falta de regulación es, de acuerdo a diferentes organizaciones sociales, la principal responsable de las crisis que viven algunas zonas como Aculeo.
Sin embargo, no existen estudios que determinen las causas de esta sequía. Lo concreto es que las comunidades de Los Hornos y Rangue no tienen agua potable, debiendo abastecerse a través de un camión aljibe enviado por la municipalidad y gracias a la voluntad de Bomberos, quienes compran el agua al servicio de Agua Potable Rural (APR).
El servicio de APR es administrado por la comunidad, y se encarga de abastecer a las localidades a través de un sistema de reserva de aguas subterráneas. Sin embargo, estas provisiones se agotaron. El municipio de Paine pretende revertir la situación mejorando los pozos APR que abastecen a las localidades, mientras que la presidenta de la Junta de Vecinos de Los Hornos, Isabel Toledo, señala que esto no solucionaría el problema de raíz, pues el origen de la crisis radica en la extracción indiscriminada del agua subterránea por parte de la agroindustria.
En Rangue no corre el viento, los árboles se mezclan con maleza, el sol reposa sobre el cemento hirviendo de la carretera. La mayoría de los campings o centros turísticos están cerrados, las tejas del club de pesca se están oxidando, el aire tibio de las dos de la tarde reseca los labios y entra con ardor por la nariz. Sin embargo, las hectáreas de cerezos, paltos, vides y otras plantaciones de la agroindustria se mantienen verdes, como un oasis cercado en medio de la catástrofe.
Rangue y Los Hornos son localidades rurales que bordean la laguna Aculeo, compuestas por 658 hogares. Muchos de sus habitantes son ganaderos y agricultores que participaron en el proceso de la Reforma Agraria de fines de los años '60 y principios de los '70. A partir del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 muchos campesinos del sector fueron encarcelados y asesinados.
Durante los últimos cuarenta años, el borde de la laguna ha sido ocupado por campings, condominios y parcelaciones, lo que significó que se levantaran cercos que impiden hasta hoy el libre acceso de la comunidad a la laguna.
En agosto de 2018, el Seremi del Medio Ambiente, Juan Fernández Bustamante, señaló a la abogada secretaria de recursos hídricos de la cámara de diputados, María Teresa Calderón, que los antecedentes demuestran que en 1978 el Ministerio del Trabajo y Colonización -a través de su Dirección de Tierras y Bienes Nacionales- estableció que la laguna es un bien nacional. Sin embargo, una década después, en 1988, la Seremi del Medioambiente señaló que el cauce de la laguna no es un bien nacional de uso público, ratificando la decisión en 1990. Es decir, la laguna de Aculeo es privada.
Uno de los terrenos privados que rodea la rivera de la laguna es el Camping Los Álamos. Ubicado en la rivera oeste de la laguna, en el sector de Rangue, que antaño fue uno de los centros de turismo más visitados de la zona: tenía varios metros de pasto, salida a la laguna, zonas de camping y cabañas que permanecían ocupadas todo el verano. Hoy la laguna junto a sus kilómetros desérticos acecha el camping como un espejismo brutal, alambres de púas separan el pasto amarillento de las lanchas abandonadas y de los animales que deambulan sobre el lecho de lo que fue. Todavía funciona gracias a un pozo profundo que les permite abastecerse y mantener dos piscinas. Sin embargo, la afluencia de público ya no es la misma.
-No me acerco a la rivera. Me da pena ver todo esto-, comenta uno de los empleados del centro turístico.
Al igual que el camping Los Álamos, hay particulares del sector que, pese a la escasez, tienen agua en sus parcelas porque han realizado pozos profundos para extraerla. Sin embargo, es una alternativa cara: cada metro cuadrado de profundidad tiene un valor aproximado de $250.000. Además, es importante considerar que estas reservas se están agotando, por lo tanto, es necesario ir aumentando su profundidad. Incluso, en la zona hay proyectos de construcción inmobiliaria que utilizan pozos cercanos a los 200 metros.
Los muelles del lugar son el esqueleto de un verano fresco. Se desintegran al sol, haciendo sombra a los huesos de animales repartidos entre los surcos arcillosos de la laguna. El sol cae con fuerza, entibia los restos de agua estancada que buscan hidratar a los caballos y vacas que se pasean sobre la tierra desértica. Las avispas vuelan por montones y se anidan entre los neumáticos que flotaban en la rivera cuando aún había agua.
Son kilómetros de tierra seca, cubierta por espinos, cardos, cicuta y cráneos de animales. Las carroñas reposan sobre el paisaje, llenas de moscas y olor putrefacto. Sin embargo, no hay viento, el olor a muerte permanece quieto, adormecido como una peste que crecerá pronto. Las vacas y caballos que pastan en el lugar lo presienten, están inquietos, se mueven en círculos, nos miran con violencia, pidiendo agua.
Carla Ortiz (30) está parada sobre una de las grietas. Es profesora de lenguaje en un colegio de Paine y vocera del Movimiento por el Agua Paine. Recorre la tierra arcillosa como si nadara entre el aire estático, como si el calor junto a la putrefacción fuesen costumbre. Dice que hace diez años no llueve, eso es una tragedia no sólo medioambiental, sino también ritual. Recuerda que cuando niña la lluvia era un evento místico, y la verdad, señala, es que este lugar estaba rodeado de misticismo e historias, como esa que cuenta que una parte del ejército patriota lanzó sobre la laguna una carreta llena de oro que continúa enterrada.
Carla se crió en la rivera de la laguna, extraña nadar sobre ella. Sin embargo, está convencida de que el principal problema en el sector es la falta de agua potable en los hogares. Su abuela, que no visita la rivera hace cuarenta años, sufre la pérdida de sus plantaciones y el deterioro en su calidad de vida.
La profesora camina sobre esta tierra seca convencida que la lucha por el agua seguirá creciendo. Anda entre los remolinos de polvo, entre las grietas del suelo, es como una especie de esperanza difusa que nada entre la sequía, buscando el oro enterrado de sus recuerdos.
-Recién ahora el pueblo de Aculeo está disfrutando la laguna-, relata un pequeño agricultor de la localidad de Pintué.
Rubén González tiene un ganado equino y bovino que se alimenta de los pastizales que dejó la extinta laguna. Por ello, aunque las altas temperaturas, la sequía y el ataque de perros asilvestrados provoca que muchos de sus animales se transformen en carroña, él insiste en que recién ahora, y después de décadas, el pueblo está disfrutando la laguna.
A este agricultor de aproximadamente 45 años, en su juventud le ofrecieron una camioneta a cambio de su terreno. Él eligió su terreno. Aún vive en él, lo protege y cuida de la escasez que crece como una peste a su alrededor. Todavía tiene agua potable, aunque comenta que es cuestión de tiempo que la situación empeore.
Rubén se para junto a sus plantaciones de zapallo, las mira con tristeza, las hojas están amarillentas y sin fuerza, el pozo con el que regaba sus plantaciones está seco: ahora depende del agua externa que según turnos pueda llegar a su plantación. Se rasca la cabeza, muestra sus canas, dice que son producto del estrés que le provoca la sequía.
Son las nueve de la mañana y está esperando hace dos horas a que llegue el agua para regar los zapallos. Rubén observa las hojas secas de su plantación y critica la extracción indiscriminada, la falta de fiscalización a los derechos de agua.
Como medida para frenar la insuficiencia hídrica, en junio de 2018 la Dirección General de Aguas (DGA) prohibió la entrega de derechos de agua provisionales en la cuenca de Aculeo. Sin embargo, esta medida no es garantía de nada. Los derechos de agua se transan en el mercado y acrecientan su valor en medio de la escasez.
Los vecinos de la zona deben solicitar a través de los asistentes sociales de la municipalidad de Paine la instalación de un estanque, que se va llenando con el aporte de camiones aljibes enviados por el municipio. Sin embargo, la entrega es desordenada y el recurso permanece estancado y expuesto a malas condiciones de higiene.
Andrés Villaseca está sentado en el antejardín de su parcela a las orillas de la laguna de Aculeo vistiendo un short azul y una polera piqué. Tiene nariz grande, ojos oscuros y pelo canoso impecablemente peinado. A ratos mira el color amarillo que han tomado las hojas de sus árboles y nos ofrece un vaso con agua, el mayor regalo en medio de la sequía. La conversación es breve porque está preparando el helicóptero que nos mostrará desde el aire el mal uso de los recursos hídricos.
Andrés es el vocero de la Corporación de Adelanto del Valle de Aculeo, (C.A.V.A), agrupación que busca promover el desarrollo sustentable de la cuenca y mejorar las condiciones de los habitantes. Para ser socio es necesario pagar una cuota mensual de $20.000.
El condominio donde vive está formado de numerosas parcelas que se abastecen a través de pozos profundos. Antes la laguna era parte de su patio trasero, allí se refrescaban en verano, paseaban en lancha, disfrutaban desde el muelle las noches frescas del valle.
-Antes era hermoso volar por aquí-, recuerda mientras desciende casi a ras de suelo para ver de cerca dos caballos muertos.
El helicóptero se eleva entre el polvo y la carroña, su sombra cruzando el sol ahuyenta a los caballos que comen restos de maleza y buscan saciar la sed en medio de kilómetros de tierra arcillosa. Al adentrarnos hacia el valle que está a los pies del cordón montañoso Altos de Cantillana podemos observar el evidente desvío de agua, ubicado aproximadamente a unos 8 kilómetros al sur de la laguna.
Villaseca comenta que se trata del denominado Paso Godoy, ubicado en uno de los cauces naturales que alimentaba la laguna. A este desvío se suman dos tuberías que extraían agua desde el corazón de la laguna. Andrés comenta que una de estas tuberías habría sido construida hace cinco años de manera ilegal, y asegura que los principales responsables del desastre ecológico por el que atraviesa la laguna Aculeo son los grandes agricultores que desviaron el cauce que la alimenta y aquellos que instalaron tuberías para vaciarla. De hecho, desde el helicóptero se puede observar que la escasez hídrica no afecta los terrenos de la agroindustria que rodean la laguna.
Andrés se seca el sudor de la frente, el calor aumenta, desde el helicóptero no huele la carroña, la ve desde arriba, junto al muelle en el que solía sentarse a descansar observando el vaivén imperceptible del agua.
¿Cuál es la relación entre la falta de agua potable en las casas y la extinción de la laguna? El acuífero del que se extrae el agua potable en la zona también alimentaba a la laguna de Aculeo, y esta constatación genera una relación directa entre ambas catástrofes. Es en ese sentido que la extracción indiscriminada del recurso hídrico sería una de las responsables de la crisis del agua en general.
Académicos/as de la Facultad de Ciencias Forestales y de Conservación de la Naturaleza de la Universidad de Chile trabajan desde mediados de 2018 en un proyecto que busca diagnosticar las causas de la crisis hídrica en la zona y hallar una solución. La directora del proyecto, Pilar Barría, señala que el estudio aún no concluye y será publicado durante 2019. Sin embargo, la hipótesis que manejan es que las causas de la crisis serían multifactoriales, entre ellas el cambio climático, la sobre urbanización de la zona y el sobreconsumo de la agroindustria.
No obstante, estudios anteriores realizados por el Ministerio del Medio Ambiente revelaron en 2016 que el porcentaje de responsabilidad en esta catástrofe corresponde en un 70% a la agricultura.
Isabel Castillo (50), presidenta de la junta de vecinos de Los Hornos, no ha realizado ningún estudio hídrico en la zona, pero su experiencia le permite asegurar que la escasez no es sólo consecuencia del cambio climático o la sobrepoblación.
Isabel realiza labores domésticas en diferentes parcelas ubicadas en la rivera de la laguna, entre ellas, la parcela de Andrés Villaseca. La última vez que se bañó en la laguna y recorrió la orilla fue en los años ‘70, durante un paseo de curso por el día del niño. Hace cuarenta años es testigo de la privatización de la rivera y de la llegada de la agroindustria a la zona. Hoy lucha por conseguir agua potable para el sector.
Gracias al proceso de Reforma Agraria, Isabel es dueña del terreno en el cual vive y que tras la crisis se ha convertido en centro de acopio. Los bidones de agua que llegan gracias a la solidaridad de la comunidad y que se reparten entre los habitantes se calientan bajo el sol de la cuenca. Isabel administra la entrega a cada familia y eso implica calmar la angustia de aquellos pobladores que buscan agua para su grupo familiar mientras ven morir a sus animales.
Laureo Maldonado vive en Rangue junto a su esposa Gloria y sus dos hijos. Es un hombre humilde que se dedica a la crianza de animales y a trabajar en cuero de vaca, sin embargo, la sequía no le permite humedecer los cueros que trabaja. Junto a su esposa, esperan ansiosos la llegada del camión que rellenará su estanque. Rangue se mueve en torno a la escasez y el deseo de tener agua fresca.
Cuando niño, Laureo vivía en la rivera de la laguna, hasta que su padre vendió el terreno a bajo precio. Actualmente vive con su familia en la última casa de la localidad, que por su disposición geográfica sufre el desastre con mayor fuerza. De hecho, hace años se queda sin agua durante el verano.
Recuerdan claramente una de esas temporadas. Eran las nueve de la mañana del primer día de clases de su hijo menor cuando vio que la puerta del baño se estaba incendiando. No habían almacenado agua, sólo les quedaba la mitad de un balde que usaron para extinguir en algo el fuego. Pero no fue suficiente y la casa se incendió por completo.
Laureo aún se ve a sí mismo observando su casa atrapada por el humo. Se queda inmóvil, el sol y la sed los vuelve lentos. Detrás suyo hay un cuero de vaca amarrado reseco por la falta de agua.
Gloria levanta a su nieto de dos años y mira con calma la tierra que la rodea. Lleva con fuerza las labores domésticas, administra el agua, la reparte en baldes e intenta que todo este proceso resulte lo más natural posible para su familia, que no noten la poca frecuencia del camión aljibe.
El pasado 28 de enero el ministro Fontaine se refirió a la polémica que generó la intención del Gobierno de ratificar la entrega de derechos de agua, señalando que estos no serían perpetuos, sino indefinidos. Mientras el ministro aclaraba la diferencia entre “perpetuo” e “indefinido”, la familia de Gloria esperaba una vez más el ingreso del camión aljibe que mantiene lleno su estanque de agua potable durante pocos días.
Gloria sostiene en sus brazos al pequeño Lucas, le seca el sudor de la frente y él entrecierra los ojos. Ella lo imita y así se quedan, inmóviles.
-Espero que todo esto se solucione luego-, susurra.