Los peligros del pesimismo: La falsa narrativa del auge de la extrema derecha en el mundo
La Engañosa Tesis del Nuevo Ciclo Político Derechista
La victoria del ex-militar Jair Bolsonaro en los comicios brasileños el mes pasado ha generado una ola de pánico y temor entre los activistas que luchan a favor de los derechos humanos y de los derechos sociales. Sin duda el discurso de extrema derecha del ahora presidente-electo de Brasil representa un cambio brusco y polarizador en la política del gigante sudamericano. Pero desde ahí, se ha emergido una narrativa de supuesto ‘sentido común’ que generaliza la experiencia brasileña a una tendencia mundial donde la derecha va triunfando en todas partes contra una izquierda totalmente debilitada.
Esta narrativa también tiene su correlato estratégico para la izquierda. La ciudadanía que no se siente representada por una política atávica, con tendencias autoritarias, debe unirse todos contra la derecha, para tener la más mínima posibilidad de detener este avance aplastante de los extremistas. Sin embargo, este nuevo ‘sentido común’ está profundamente equivocado – tanto en su diagnóstico político como en su plan de acción estratégico. Aunque la izquierda va en declive en algunos países, en otros hay una nueva izquierda más fuerte que nunca. Además, si bien un giro hacia el centro podría tener lógica para los países donde la izquierda se está debilitando, para la nueva izquierda naciente la mejor estrategia electoral sería apartarse lo más posible del muy impopular centro neoliberalizado. Este artículo profundizar en las diferencias entre estos dos tipos de países para entender mejor la coyuntura actual y las estrategias aplicables.
Un Diagnóstico Alternativo: La Tesis de los Dos Ciclos
La victoria de Bolsonaro en Brasil sí representa una nueva tendencia derechista pero no es un auge general sino uno restringido a los países que tuvieron gobiernos de la izquierda ‘bolivariana’ en la primera década del siglo XXI. Este cambio de péndulo para los bolivarianos es de larga data: probablemente la primera señal fuerte fue el éxito del golpe que sacó al presidente de Honduras Manuel Zelaya en 2009. Tres años después, en 2012, un golpe parlamentario sacó de forma constitucionalmente dudosa a presidente Fernando Lugo de Paraguay. Estas derrotas prefiguraron el colapso de otros gobiernos de la izquierda ‘bolivariana’ en la región. Tanto Zelaya como Lugo fueron muy cercanos al ya gravemente enfermo Hugo Chávez y sus derrotas hablan de la fragilidad de su proyecto político más que la derrota de la izquierda en general.
En 2015, tres años después de la sacada de Lugo, empezó la aceleración de las derrotas ‘bolivarianas’ con la victoria de Macri contra el candidato de Cristina Kirchner en Argentina. El año siguiente, en 2016, la película paraguaya se repitió cuando un golpe parlamentario (con las mismas cuestionadas prácticas constitucionales usadas contra Lugo) sacó a presidenta Dilma Rousseff en Brasil. El próximo año, 2017, hubo otra derrota bolivariana cuando ganó Lenin Moreno en Ecuador. Aunque fue el candidato preferido de Rafael Correa, Moreno hizo una sorpresiva pero rápida vuelta de chaqueta. Ahora su gobierno implementa políticas de la derecha neoliberal (Ecuador está negociando un Tratado de Libre Comercio con EEUU, revertiendo la posición de Correa contra los TLC).
En este contexto, la victoria de este año (2018) de Bolsonaro es simplemente la guinda de la torta en la derrota continua de todos los aliados y cercanos de Hugo Chávez – así se puede hablar del fin del ciclo bolivariano. Fueron distintos (algunos más radicales que otros) los gobiernos de Cristina Fernández en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil y Rafael Correa en Ecuador. Pero todos tenían una historia política en común que les unió con el discurso regionalista que encarnó Chávez. Todos gobernaron en un momento del auge económico, producto del súper ciclo de commodities, y todos usaron los altos precios de estos recursos naturales para crear programas sociales que respondían a las necesidades urgentes de los sectores más marginados. Además todos propiciaron una alta movilización de estos mismos marginados a través un discurso latinoamericanista vinculado a instituciones como UNASUR, donde el liderazgo regional brasileño dio cobija a los discursos más anti-estadounidenses de los países más pequeños.
El colapso de UNASUR (6 de sus 12 miembros suspendieron su participación en 2018 y Colombia anunció su retirada definitiva) es el síntoma más claro de este fin del ciclo bolivariano. Las causas del fracaso bolivariano son múltiples y complejas, pero no es necesario analizarlos en detalle porque acá nuestro propósito es únicamente desmentir la tesis del nuevo ciclo derechista. Para dicho fin sólo debemos constatar que las causas de este fracaso (y el consecuente auge derechista) no son generales a toda la izquierda sino específicas a la historia común que tienen estos países en particular.
Estos países siempre fueron excepciones. La izquierda mundial alababa a los gobiernos bolivarianos precisamente por ser anómalos. Fueron los únicos capaces de vencer las fuerzas neoliberales que dominaban prácticamente el mundo entero después de los noventa (la época de la famosa fin de la historia). Pero vencieron el neoliberalismo porque, en esos países, dicha ideología siempre fue débil: los partidos de derecha nunca lograron una hegemonía ni pudieron aplicar su modelo económico de libre mercado con la intensidad con que lo hicieron en otras partes.
En este contexto, las izquierdas bolivarianas triunfantes tendían a poner el énfasis en cambios al modelo social más que cambios al modelo económico. Sí usaron los altos precios de commodities para crear programas sociales pero todos empezaron a decaerse cuando se bajó el precio de estos commodities. En contraste, en las naciones donde la izquierda bolivariana nunca gobernó, hay otro tipo de izquierda, forjada en la resistencia a un neoliberalismo mucho más profundamente implementado, cuya crítica a esto modelo económico es más fuerte que nunca. Esta otra historia común de otro grupo de países nos permite hablar de dos ciclos: el fin del ciclo bolivariano y el comienzo del ciclo de una nueva izquierda anti-neoliberal.
El Segundo Ciclo No-Mencionado
A primera vista la idea de este segundo ciclo parece poco realista. En países sudamericanos donde nunca gobernaron los bolivarianos, como Colombia y Chile, también gobierna la derecha con Duque y Piñera respectivamente. Sin embargo, en estos países, la izquierda no ha sido aplastada ni mucho menos. En Colombia la izquierda está pasando por su mejor momento en décadas. En los ochenta, los noventa y hasta bien entrado al nuevo siglo, a la izquierda le costaba siquiera reunir más de un millón de votos en las elecciones presidenciales colombianas. Su mejor resultado histórico fue en 2014 (las penúltimas elecciones) cuando la izquierda sacó menos de 2 millones de votos. Pero algo cambió. A pesar de la victoria de la derecha en estas últimas elecciones (del año 2018) el candidato de Colombia Humana, Gustavo Petro sacó más de 8 millones de votos, estando en una excelente posición para ganar las próximas elecciones colombianas.
En Chile, la izquierda también pasa por su mejor momento en décadas. La victoria de Piñera en las últimas elecciones fue con un menor porcentaje de la población en edad de votar (PEV) que cualquier otro presidente desde el retorno de la democracia. La única razón que ganó fue que el voto de la centro-izquierda bajó aún más. De hecho, las dos alas del duopolio chileno (tanto su ala de centro-derecha de Chile Vamos como su ala de centro-izquierda de la ex-Concertación) tienen su apoyo popular en caída libre. La centro-derecha sacó 27% del PEV en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2017 y la centro-izquierda 22% (en 1999 el apoyo fue de 32% y 34% respectivamente). Mientras la población abandona las coaliciones que han implementado y mantenido el modelo neoliberal chileno, las recién formadas fuerzas políticas explícitamente anti-neoliberales están cosechando frutos. Así, en las mismas elecciones, Beatriz Sánchez sacó 1.336.824 votos (el mejor resultado para una coalición explícitamente anti-neoliberal y no de centro-izquierda desde los setenta).
Evidentemente ni Colombia ni Chile caben dentro del ciclo del auge de derecha con la izquierda colapsada. Además, el escenario de rechazo popular contra una centro-izquierda manchada por su asociación con el neoliberalismo, y una derecha que gana elecciones ‘por descarte’ porque la nueva izquierda anti-neoliberal está recién naciéndose, no es un fenómeno exclusivamente chileno. Tanto como los países que tuvieron gobiernos del eje bolivariano están todos pasando por procesos similares de rechazo a sus políticas, los países que tuvieron gobiernos fuertemente neoliberales están todos pasando por procesos similares de rechazo a aquellas otras políticas. En todos estos países pioneros del neoliberalismo (Chile con Pinochet, EEUU con Reagan e Inglaterra con Thatcher) hay otra historia común y es muy evidente un ciclo del nacimiento de una nueva izquierda anti-neoliberal.
En EEUU Donald Trump no ganó las elecciones presidenciales contra Hillary Clinton por la popularidad intrínseca del candidato republicano (como se sabe Trump perdió el voto popular por 2,8 millones de votos). Más bien, ella perdió frente a un candidato tan poco atractivo porque, en ciertos Estados con representación importante en el Colegio Electoral (el cuerpo que elige el presidente), los votantes tradicionales de la centro-izquierda se abstuvieron. Esto ocurrió en la famosa rust belt, una zona desindustrializada cuya población obrera ha sido golpeada por la globalización y la consecuente desaparición de los empleos en las fábricas reubicadas en la periferia del mundo.
En grupos focales en estos estados, aquellos votantes tradicionalmente demócratas que abstuvieron decían explícitamente que culpaban a Clinton por su apoya a NAFTA (el TLC con México y Canadá que generó la pérdida de trabajos manufactureros sin mecanismos de recompensa). La abstención de este grupo clave de votantes fue suficiente para hacerle perder a Clinton frente a Trump. Lo interesante es que en estos Estados donde perdió Clinton, la campaña anti-neoliberal de Bernie Sanders tuvo su mejor rendimiento electoral durante las primarias. A través de una campaña sucia el oficialismo del partido demócrata bloqueó el mejor candidato que tenía para hacerle frente a Trump. Pero, tanto como en Chile, esta nueva izquierda anti-neoliberal recién naciéndose está más fuerte que nunca.
En el Reino Unido el partido Conservador también gobierna con la misma impopularidad que la derecha de Chile y de EEUU. Perdieron su mayoría en las últimas elecciones y sólo gobiernan como partido minoritario. La impopularidad electoral de la derecha fue evidente desde la votación pro-Brexit que fue resistido fuertemente por los líderes del conservadurismo británico y la clase empresarial. Brexit ganó porque los votantes rezagados social y económicamente rechazaron el discurso oficialista pro-europeo. Ese discurso venía tanto desde la centro-derecha como desde la centro-izquierda neoliberalizada. Después de todo, la tercera vía (la facción pro-Blair del ‘nuevo’ laborismo centrista y neoliberal) es la más fuerte defensor de la UE en la centro-izquierda, haciendo causa común con los gremios empresariales. El discurso por-EU fue transversal en la clase política pero también fue rechazado transversalmente.
Entonces, en Inglaterra es evidente el rechazo contra esta centro-izquierda neoliberalizada tanto como en Chile y en EEUU y de la misma forma, la derecha gobierna ‘por descarte’ porque las nuevas fuerzas anti-neoliberales están todavía en pañales. Por eso, los paralelos entre estos países sí permiten hablar de un ciclo del nacimiento de una nueva izquierda anti-neoliberal, además del fin del ciclo bolivariano.
Una Estrategia Alternativa: La Importancia de Apartarse de la Centro-Izquierda Neoliberalizada
Mientras la idea del auge mundial de la extrema derecha aconseja la unidad incondicional para el éxito electoral de la izquierda, la tesis de los dos ciclos sugiere algo muy distinto para el segundo grupo de países. En Chile, EEUU e Inglaterra las encuestas demuestran que las preferencias ciudadanas favorecen una alta intervención estatal en la economía para garantizar derechos sociales, pero los partidos políticos tradicionales han ofrecido precisamente lo contrario. Sin embargo, crecientemente, los votantes están rechazando estos partidos y apoyando nuevas opciones anti-neoliberales. En este contexto lo más importante para las nuevas fuerzas es no contaminarse con la clase política centrista que ha perdido toda legitimidad.
En el caso de Chile el fin del binominal (que castigaba a terceros partidos) permitió una liberación del voto de izquierda que había sido secuestrado por los neoliberales del centro. El colapso de la ex-Concertación y los resultados de recién construido Frente Amplio en la elección de 2017 son conocidos. EEUU e Inglaterra tienen sistemas electorales uninominales (que castigan a terceras fuerzas incluso más que el binominal) así que las nuevas organizaciones de izquierda anti-neoliberal han crecido dentro de los partidos tradicionales. No obstante, su éxito se basa en distanciarse de estas fuerzas tradicionales.
En el caso de EEUU la nueva opción anti-neoliberal se cristalizó en los Socialistas Democráticos de América (DSA por sus siglas en inglés) y en Inglaterra con Momentum (el grupo de apoyo del líder de laborismo Jeremy Corbyn). En el caso del DSA su poder es aún incipiente, pero ya es la organización socialista estadounidense de mayor tamaño en más de un siglo. En 2016 ni siquiera alcanzó a tener 7.000 militantes, pero hoy en día tiene más de 50.000 y este crecimiento exponencial habla de un cambio en las placas tectónicas de la política estadounidense. Entre la gente menor de 30 años solo 32% tenían una opinión favorable del capitalismo mientras que 43% tenían una opinión favorable del socialismo. De hecho 31% de este rango etario se declara socialista (y de los que se autodefinen como demócratas este número sube a 48%). Las últimas elecciones del Congreso de EEUU (2018) demuestran como esta nueva fuerza anti-neoliberalismo está agarrando vuelo: ya tienen dos diputados Alexandria Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib – algo impensable en tiempos de la Guerra Fría o el Fin de la Historia.
El caso del Partido Laborista y Momentum es aún más claro. Antes de la elección interna de 2015 para elegir un nuevo líder, el partido laborista tenía 292.000 militantes. Pero la campaña de Corbyn (un socialista excluido y odiado por el nuevolaborismo de Blair) transformó todo: cientos de miles de nuevos militantes entraron al partido para apoyar la visión anti-neoliberal e izquierdista del candidato. Hoy en día el partido laborista tiene 552.000 militantes haciéndolo el partido más grande de Europa Occidental. Mientras los partidos socialistas todavía controlados por la centro-izquierda neoliberalizada han colapsado (el PS francés tuvo que vender su sede y el socialismo alemán no anda mucho mejor) el partido de Corbyn se ha ido fortaleciendo. Su gran problema ha sido la guerra interna que le han hecho la centro-izquierda neoliberal de Blair que ha inventado hasta acusaciones de antisemitismo con el fin de debilitar sus ‘enemigos internos’. Para estos centro-izquierdistas es mejor un gobierno de derecha que la victoria de la izquierda no-centrista.
La lección es clara: cuando la izquierda logra apartarse del centro se fortalece, pero cuando queda aferrada a una alianza con el centro se colapsa. Así la extrema derecha (tipo Frente Nacional Francés o Alternativa para Alemania) cosecha frutos. Pero, dicen los críticos, una estrategia de radical separación entre la izquierda y el centro podría empoderar a la derecha aún más.
Con la derecha mostrando ribetes autoritarios y hasta fascistas la comparación con la época nazi es inevitable. Sin duda fue desastrosa la estrategia del Partido Comunista alemán (KPD), de rechazar la unidad de la izquierda con el centro para derrotar a Hitler. El KPD decidió atacar sin piedad al Partido Social-Demócrata (SPD), quienes llamaban ‘social-fascistas’ y casi celebraron la victoria de Hitler como la antesala de la revolución comunista. “Después de Hitler será nuestro turno” fue la consigna que acuñó Ernst Thälmann, el líder del KDP. Uno podría temer que la izquierda anti-neoliberal actual podría estar cometiendo una ingenuidad similar en rechazar unirse con el centro contra Marine Le Pen o Alexander Gauland (para no hablar de Bolsonaro o JA Kast).
Sin embargo, la lección histórica está mal aplicada. Se olvida las decisiones políticas que generaron esta situación donde el auge de la derecha fue tan fuerte que solo la unidad con el centro podría bloquear la llegada del fascismo. El SPD, un partido oficialmente marxista (aunque reformista) decidió apoyar al centro en 1914, votando a favor del financiamiento especial para la Primera Guerra Mundial. La política de unidad (conocida como Burgfriedenspolitik) puso la izquierda en una alianza de unidad nacional desastrosa. Por no votar en contra de la guerra los social-demócratas ayudaron llevar a Alemania hacia la amarga derrota que eventualmente llevó Hitler al poder. Si hubiesen propuesto un camino alternativo a la guerra (en contra de lo que quería el centro) todo ese enlace fatal podría haberse evitado.
A veces, para evitar empoderar el fascismo, es necesario oponerse al centro. Puede ser que los países bolivarianos ya estén en una crisis tan extrema que no haya opción sino tratar de aliarse con el centro para evitar el mayor avance de la extrema derecha tipo Bolsonaro. Pero los países neoliberales están en otro ciclo, donde se tiene que proponer un camino alternativo (anti-neoliberal) para evitar la crisis y la polarización nociva que llegaría con ella. Entonces en este segundo grupo de países la estrategia no puede ser todos contra la derecha, porque irónicamente eso podría empoderar a la derecha aún más.