Hasta que la furia del gueto estalle
¿Cuándo fue que se nos instaló la idea que pobres y ricos deben vivir separadamente en nuestra ciudad? Podríamos decir que Santiago se funda de la mano de ese gesto segregador cuándo el conquistador Pedro de Valdivia manda expulsar a los habitantes originales del valle a los extramuros del río Mapocho, La Chimba. Siglos de segregación y erradicaciones forzadas, han instalado en nuestra cultura urbana, la idea que no habrá paz en la ciudad si los muros de la segregación no se refuerzan y vigilan.
La obsesión de los barrios acomodados por una vida entre iguales, está ciertamente presente en nuestra vasta literatura urbana. En Chile y una Loca Geografía, Benjamín Subercaseaux así lo describe para referirse al Santiago de los años 40. No pasará mucho tiempo sin embargo, para que las tomas de terrenos por parte de masas miserables empiecen a engrosar los bordes de la ciudad, perturbando y asustando a vecinos de la ciudad propia. Las primeras iniciativas estatales para la construcción de poblaciones obreras, darán solución al problema de los sin techo, pero serán también un ejercicio de ordenamiento de la ciudad bárbara que crece amenazante en los bordes de la ciudad propia. El miedo al estallido revolucionario, fue creciendo así como crecía el cordón de la periferia. Es en respuesta a estos miedos que nacen poblaciones como La Legua Emergencia en 1951, la población San Gregorio en 1968 (inaugurada por el presidente Eisenhower) y tantas otras poblaciones obreras. Todas ellas, poblaciones para pobres. Fue así también como se nos instaló a fuego, el “efecto de lugar”, evidencia irrefutable de la mímesis entre el lugar que se habita y el lugar que se ocupa en la estructura social. Dime dónde vives y sabré tu origen social, tus gustos y tus costumbres.
Sin embargo, en la historia de Chile, existieron también iniciativas que se propusieron romper con esta ideología de la segregación urbana. La Operación Sitio, la autoconstrucción de Villa La Reina de la mano de la Promoción Popular de Eduardo Frei Montalva; Villa San Luis (hoy transformada en ruinas) del gobierno de Salvador Allende, son ejemplos relevantes en este proyecto de una ciudad pensada desde la diversidad y la justicia en el habitar. La dictadura militar se encargaría, años más tarde, de devolverlos a su sitio. Entre 1976 y 1987, miles de pobladores fueron erradicados de distintos barrios de la ciudad, para ser trasladados a la periferia. La ciudad fue limpiada de los indeseables, limpieza que perdura hasta hoy día.
Medio siglo después, algunas iniciativas antisegregadoras parecieran renacer en comunas como Las Condes y Peñalolen. ¿Pero qué diferencia a estas iniciativas de aquellas de mediados del siglo XX? La diferencia fundamental, está en que ellas, las del siglo XXI, carecen de una propuesta política de ciudad y de sociedad. Como iniciativas puntuales, ellas no logran hacer frente a la lógica del mercado inmobiliario, ni a la cultura del temor a la diferencia. Las pantallas de nuestra televisión, se han llenado de rostros aterrados de vecinos y vecinas que reclaman contra estas iniciativas antisegregadoras, arguyendo que los precios de sus viviendas bajarán irremediablemente con la llegada de las llamadas “viviendas sociales”.
Pero también, como describía una vecina de Las Condes, sus modos y estilos de vida se verán afectados de manera perturbadora: además de las viviendas, llegarán también olores y basuras insospechadas para los vecinos de los sectores altos. El estigma de los feos, sucios y malos (Ettore Scola, 1976) opera y está presente en cada uno de estos rostros que reclaman y rechazan la llegada de vecinos con menos recursos económicos. En un modelo de sociedad como el nuestro, el roce y la convivencia con el que tiene menos, solo puede ser vivido como pérdida y anuncio de movilidad social descendente. El efecto de lugar opera, y al parecer la pobreza se contagia. Y en esto pareciera no haber vuelta atrás. El problema hoy no es donde construimos más viviendas sociales, el problema hoy es como se construye una sociedad de la tolerancia, del respeto y de una ciudad más justa. Y esto, no es un asunto de viviendas más o viviendas menos, esto es un asunto de alta política y de macroeconomía. Mientras el valor del suelo sea la única vara para construir ciudad, y el efecto de lugar se corresponda con la siempre amenazante distinción de clase, no pareciera haber vuelta atrás. Los pobres seguirán destinados a la periferia, hasta que la furia del gueto estalle como exigencia de respeto al derecho de un lugar digno en la ciudad. Y entonces, habrá razones de peso para que el terror se apodere de la ciudad.