Segunda vuelta: Articular sin transar
Partamos descartando un par de cosas: para una fuerza en construcción como el Frente Amplio, resulta muy positivo el debate sobre la segunda vuelta, incluso plantearse qué hacer si quien pasa es un adversario como Guillier. Ello no implica asumir una derrota de antemano, sino plantear de forma trasparente orientaciones y prioridades, en un debate necesario para actuar en un escenario móvil y complejo. Segundo, sobre el “si no votas por mí, favoreces a la derecha” de sectores de la Nueva Mayoría, solo cabe decir que simplemente no cabe el chantaje de un organismo en crisis.
Para el Frente Amplio, el problema de la segunda vuelta electoral remite principalmente a la reconfiguración del escenario, a la redefinición de la hegemonía con la derrota de la mala política. En una columna que publicamos en junio pasado, de cara a las elecciones primarias, subrayamos que la emergencia de nuestro conglomerado ocurría en condiciones de crisis de la centroizquierda. Esa crisis, como se ha visto en las semanas posteriores, tiende a normalizarse como un rasgo del paisaje político, mostrando que el futuro para los cuatro años que siguen a la elección –cuando menos– está abierto. Ese deberá ser pues el interregno en el que la Nueva Mayoría profundiza su crisis y el Frente Amplio consolida su emergencia. Es un momento clave, que debemos considerar prioritariamente a la hora de pensar nuestras acciones inmediatas.
De modo que la pregunta por la segunda vuelta no admite respuestas fáciles. No sirven los monosílabos. Tampoco, como bien ha dicho Beatriz Sánchez, actuar como si se poseyera la decisión de los votantes. El Frente Amplio puede ser un actor destacado en impedir que se imponga un nuevo retroceso socioeconómico y político de manos de la derecha. Por tanto, participar después de noviembre de una articulación electoral amplia que la venza en segunda vuelta puede ser un objetivo relevante.
Pero siendo necesario impedir un próximo gobierno de derecha, que su derrota se vincule al avance de una agenda posneoliberal demanda dos cosas fundamentales. Primero, avanzar desde la objeción a la transformación a partir de horizontes programáticos dirigidos al corazón del modelo, asumiendo que ello no puede ser en modo alguno dejado en manos en la Nueva Mayoría, y se requiere de nuestro insubordinado y decidido protagonismo, con voluntad de articular sectores diferentes en torno a contenidos comunes.
Entonces conversar, articular, sin negociar. No hay cargos que repartir. Sea quien sea que pase a la segunda instancia, no hay espacio para el cogobierno. Compartir el ejecutivo con las cúpulas de la Nueva Mayoría, cuya orientación política conocemos de sobra, no sería en verdad cogobernar, sino administrar un conjunto de recursos dentro de marcos absolutamente adversos, hipotecando el segundo requerimiento, esto es, la posibilidad de edificar un actor fuerte y efectivo, con capacidad de convocar también a los sectores más progresivos de la centroizquierda, para gobernar en el futuro.