Cuidar las matas y desobediencia del capital
El vínculo que se produce entre la literatura y el arte siempre me parece interesante, atractivo, digno de comentar. Más aún cuando ambos sirven de puente o válvula de escape para denunciar las insensibilidades de la sociedad actual y las mezquindades del sujeto posmoderno que ataviado de los ropajes del neoliberalismo asumen cada vez más una existencia frívola e individualista, muchas veces ajena a lo que ocurre en su entorno o con sus semejantes, en especial en materia de medio ambiente y protección de nuestra flora y fauna.
Dentro de las letras hoy quiero rescatar la interesante obra y en especial las contingentes reflexiones en esa materia del escritor estadounidense Henry David Thoreau, a propósito de mi visita (el año pasado) a la exposición “Cuidar las matas” del artista chileno Nicholas Jackson. Para ejemplificar mi opinión, quiero citar un par de las excepcionales frases del escritor autor de obras tan trascendentales como “Desobediencia Civil” y “Walden o la vida en los bosques”
“Si un individuo pasea por los bosques por amor a ellos la mitad de cada día, corre el riesgo de que le consideren un holgazán; pero si se pasa todo el día especulando, cortando esos bosques y dejando la tierra desnuda antes de tiempo, se le aprecia como ciudadano laborioso y emprendedor, como si el único interés de una ciudad por sus bosques estuviera en talarlos.”
Eso decía con conocimiento de causa Henry David Thoreau (1817-1862), que condenaba la maldita obsesión por el dinero que ha convertido al mundo en eterno mercado de ofertas y demandas, donde la especulación, la ganancia y por sobre todo el individualismo es capaz de erradicar cualquier atisbo de vida libre, pura y salvaje. “Fui a los bosques porque quería vivir con un propósito; para hacer frente sólo a los hechos esenciales de la vida, por ver si era capaz de aprender lo que aquella tuviera por enseñar, y por no descubrir, cuando llegase mi hora, que no había siquiera vivido.”
Cuidar las matas, exposición realizada el año pasado en el Centro Cultural Balmaceda Arte Joven de Valparaíso, algo invita a eso, o por lo menos es la metáfora que hace mella en mis experiencias cotidianas de vida, donde durante las últimas décadas he visto como los cerros, lagunas, pozas, tranques y bosques de mi ciudad Villa Alemana han sido intervenidos inescrupulosamente por toda la estructura gris de la institucionalidad. Condominios departamentos, hoteles, colegios, supermercados donde haya gente hay dinero y una posibilidad de ganar a expensas de nuestra naturaleza. Con nostalgia recuerdo hace un par de décadas la apacibilidad y tranquilidad de mi barrio. Hoy la aplanadora inmobiliaria devasta todo, la primera etapa, prontamente se convierte en una segunda, tercera, cuarta, quinta. Paren un poco por favor. ¿De dónde sale tanta gente?
La obra aludida consistía en la instalación de 61 maceteros de lona que contenían una gran variedad de plantas, donde cada macetero tenía la forma de uno de los caracteres de los versos “Como queda demostrado, el mundo entero se compone de flores artificiales”, extraídos de “Los vicios del mundo moderno” de Nicanor Parra. La instalación presentaba además la particularidad de contar con 16 rociadores de color naranjo y 7 pallets con el propósito que los asistentes ayudaran a regar y mantener vivas las plantas de cada uno de los maceteros. El color negro y blanco de la tela de los recipientes (semejante a las ropas de los reos antiguos) es para mí una interesante metáfora del aprisionamiento, encarcelamiento y atomización de la naturaleza cediendo y siéndole amputado terreno ante la voracidad del cemento. Nuestro paisaje entre rejas, limitado por la urbe y el festín inmobiliario. Los árboles, los animales, el bosque nativo, los insectos, la naturaleza en todo su esplendor desaparecen ante la mirada atónita de quienes crecimos en una ciudad verde, con cerros, tranques y flores. La edificación en aras del dios Pluto se ha erigido sin respeto y contemplación alguna al patrimonio. La exposición es una novedosa y potente instalación claro está, que además si concebimos a las plantas como seres vivos, nos enfrentamos a una performance con un discurso claro y actual. La naturaleza circunscrita cada vez más a un espacio miserable, escuálido, anti natura.
A nivel global y para no incurrir solo en mi experiencia particular, el bosque chileno ha sido históricamente sometido a una explotación irracional ante la mirada cómplice muchas veces del Estado. La tala indiscriminada, la quema y el nulo respeto por valiosas especies nativas ha sido la tónica. Y en sintonía de esa mirada capitalista de entenderlo todo, la forestación y reforestación constante de especies no nativas como el pino y el eucaliptus le han hecho muchas veces un flaco favor a nuestra flora y fauna autóctona secando nuestros suelos y volviéndolos más áridos y combustibles. Karl Marx en esta materia señala lo siguiente: “Además, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra…” (Marx, KARL. El Capital, Capítulo XIII, Maquinaria y gran industria)
Este verano se quemó casi todo el sur y como ocurre siempre en el Chile de la amnesia, este trágico hecho pasó al olvido. No nos interesa aprender la lección, fue más lucrativo para los medios de comunicación y prensa conservadora dueños de la manipulación y herramienta al servicio del orden dominante como señala el sociólogo Pierre Bordieu, darle más tribuna al Súper Tanker, los llantos en busca de encomio constante de Lucy Avilés y la ayuda del avión ruso Ilyushin II-76.
He tenido la posibilidad de recorrer bastante el país estos últimos años y es triste el poco o casi nulo cuidado que he observado por parte de la gente por mantener limpias las playas, los santuarios y parques, todo es sinónimo de basural y rayados, una sociedad sumergida en la carencia de educación y podredumbre humana. “La civilización que ha estado mejorando nuestras casas no ha mejorado igualmente a quienes las habitan” es otra de las grandiosas frases que nos entrega en su narrativa Thoreau. ¿Cuántas plantas se secaron en la muestra? ¿Hubo intención de cuidar las matas? ¿Hay intención de cuidar más que unas matas de una exposición? ¿Estamos dispuestos e interesados como invitaba la exposición a luchar por un propósito común que apunte al bienestar ecológico de todos? Son preguntas que al tenor de la cosmovisión de este sujeto del siglo XXI parecen inclinarse más al no me interesa que al entender que hasta el momento este es el único mundo que tenemos y que estamos muy cerca de dejarle nada a las próximas generaciones. Partamos al menos por cuidar unas cuantas plantas.