Violencias hacia las infancias, más allá del Sename

Violencias hacia las infancias, más allá del Sename

Por: Sebastian Soto- Lafoy | 25.08.2017
¿Cuál es el tipo de relación que se articula entre las infancias y las violencias? Pensar esta relación conlleva necesariamente a repensar el cómo estamos concibiendo a los niños y niñas, qué lugar ocupan en nuestra sociedad y cultura, y de qué manera nos relacionamos cotidianamente con la infancia.

A pesar de la situación catastrófica del Sename, de las gravísimas vulneraciones a derechos humanos a miles de niños, niñas y adolescentes en la institución que supuestamente debería resguardarlos, el tema de la violencia hacia la infancia en Chile no puede acotarse a ese servicio, por más dramática que sea su situación. Sería una forma parcial de comprender, interpretar y analizar la relación entre infancia y violencia. Me parece más acertado hablar de las violencias y de las infancias, en plural, ya que no hay una forma unívoca de hablar de violencia, ni tampoco un sólo tipo de infancia.

Desde un punto de vista histórico, en Chile y América Latina la infancia popular ha estado marcada por historias de violencia, pobreza, batallas, desigualdades económicas, culturales y educativas. Desde la época de la colonización española, pasando por el periodo post-independencia, el siglo XIX y XX, la infancia más pobre estuvo expuesta –y lo sigue estando- a la pobreza material y las desigualdades sociales, marcándose fuertemente las diferencias sociales, económicas, culturales, educativas y familiares entre los niños ricos y los niños pobres, siendo estos últimos, evidentemente, los más afectados.

En el presente siglo, la infancia es el grupo social más vulnerado y empobrecido -más que las mujeres y los mapuches-, habiendo 1 de cada 4 niños/as viviendo en pobreza multidimensional. Esto quiere decir que, además de que sus familias tienen bajos ingresos, presentan dificultades en cuanto al acceso a ciertas áreas básicas como salud, educación, viviendo y redes comunitarias, por lo que los niños y niñas que viven en esas condiciones padecen una constante vulneración de derechos, siendo el rol del Estado insuficiente para disminuir las desigualdades sociales y resguardar la protección de los derechos de la infancia a través de políticas públicas.

Además de la violencia histórica y estructural que ha sufrido la infancia más pobre del país, en la actualidad estamos enfrentando distintos tipos de violencia a distintos tipos de infancia.

Por mencionar algunos ejemplos, tenemos la militarización de la Araucanía, derivando en prácticamente un terrorismo de Estado hacia el pueblo mapuche, y asimismo a la infancia mapuche: niños, niñas y adolescentes golpeados, maltratados, abusados, violentados cruelmente de manera sistemática por agentes del Estado. En la Araucanía, en estricto rigor, no rige la Convención de Derechos del Niño. Si fuese así, no habría impunidad para quienes violan los derechos humanos de los niños y niñas mapuche.

También está el caso de la infancia transgénero, tan en boga este último tiempo. Niños y niñas que no se sienten cómodos con sus cuerpos y se identifican con el género opuesto deben resistir y enfrentarse día a día a la educación sexista y heteronormada, reproductora de los roles y estereotipos de género, la cual excluye e invisibiliza otras formas de expresión del género que no se adecuen a los parámetros binarios de éste. La violencia simbólica y política se expresa además en que todavía no tenemos una ley de identidad de género que incluya el poder de decisión de los niños y niñas sobre su propia identidad.

En el contexto médico y escolar, ha habido un aumento en los últimos años de diagnósticos psiquiátricos y tratamiento farmacológico a niños, niñas y adolescentes.  Desde el punto de vista de la antipsiquiatría, la patologización y medicalización de la infancia apuntan básicamente a un control social de niños y niñas considerados cómo “anormales”, y encausarlos al ideal de un/a niño/a “normal”. Es decir, en términos foucaultianos, sumiso y disciplinado.

En el contexto familiar los golpes y castigos físicos hacia los hijos e hijas, especialmente a los/as más pequeños/as, están sumamente naturalizados, justificándose de esa manera el uso de la violencia física como una forma de enseñanza y corrección de ciertas conductas, actitudes o palabras consideradas muchas veces inapropiadas para los adultos. En este mismo contexto, la violencia simbólica también tiene un lugar importante, imponiéndose a través de la desvalorización e incluso acallamiento de la opinión de los niños y niñas, por el sólo hecho de serlo.

Las violencias hacia las infancias se manifiestan de múltiples maneras (violencia física, psicológica, simbólica, política, institucional, económica, social, cultural, etc.), las cuales se articulan y expresan a partir de un sistema sociocultural adultocentrista, el cual sitúa a los niños, niñas y adolescentes como objetos a disciplinar, controlar, vigilar y moldear acorde a los deseos de los adultos, invisbilizandolos/as como sujetos sociales y políticos capaces de tener una opinión propia y decidir en ciertos aspectos de los distintos ámbitos cotidianos de sus vidas.

¿Cuál es el tipo de relación que se articula entre las infancias y las violencias? Pensar esta relación conlleva necesariamente a repensar el cómo estamos concibiendo a los niños y niñas, qué lugar ocupan en nuestra sociedad y cultura, y de qué manera nos relacionamos cotidianamente con la infancia. ¿Le damos el mismo valor e importancia a las opiniones de los/as niños/as en comparación a la de los adultos?