Sebastián Calfuqueo, artista visual: “La U. de Chile es un espacio patriarcal y colonialista”
-¿Desde dónde nace el interés por reivindicar, en primera instancia, la dimensión mapuche de tu existencia en el arte?
-Tiene que ver con un rollo muy personal de autodescubrimiento, en relación con el mundo mapuche. Esto comenzó a pasar el 2012, cuando estaba en el último año de la carrera de Artes Visuales. Hasta entonces, mi producción artística estaba muy ligada a los estudios de género, a lo queer. Sentía que ya había solucionado, de alguna manera, trancas que tenía en relación con mi identidad, pero sin explorar otras aristas, tales como ser hijo de feriantes y provenir de una pobla, un mundo muy diferente al del resto de mis compañeros que estudiaban arte, y mi condición de mapuche descendiente. Ese año hice mi primera aproximación al último tema, con “You will never be a weye”, un trabajo muy experimental y visceral que nació en el taller de Francisco Brugnoli. Mi principal miedo era reivindicar una identidad que también estaba sujeta a ser cuestionada, en tanto se podía decir que yo no soy 100% mapuche porque no tengo los dos apellidos. Sin embargo, al meterme en ese mundo, fui entendiendo que ser mapuche no se trata de apellidos o linajes. Mi producción artística aborda lo mapuche desde los tres ejes de la interseccionalidad: clase, género y, por supuesto, raza.
You will never be a weye subtitulado al ingle?s from Sebastian Calfuqueo on Vimeo.
-Háblame de ser mapuche y homosexual. ¿Cómo le haces frente a la construcción occidental del hombre mapuche, es decir, guerrero, viril y masculino?
-Es complejo, porque no dejo de sentirme, en ocasiones, como un sujeto exotizado tanto desde el mundo del arte como desde el mundo mapuche. Caen sobre mí ciertas categorías muy rígidas. Prefiero decir que soy artista mapuche y feminista, en vez de mapuche y cola, porque lo primero trasciende mucho más que la definición de homosexual.
¿Cómo vives la experiencia de esta doble subjetividad fuera del espacio artístico? En la calle, en Lo Prado.
Para mí nunca ha sido un rollo. Transmito estas contradicciones a través del arte y con ello es suficiente. En el mundo real, por así decirlo, no siento la necesidad de estar constantemente reafirmando mi identidad como artista. No estoy todo el día hablando de arte. Lo encuentro básico. No estoy en todo momento pensando desde la mapuchidad o desde la colitud. Mi identidad es más compleja que esas dos categorías.
-¿Desde dónde nace tu aproximación hacia lo mapuche?
-Mis principales acercamientos fueron a través de mis abuelos paternos, quienes fallecieron cuando tenía 11 y 15 años. Tenía una disociación con el mundo mapuche. Iba al sur y oía a mi abuela hablar en mapudungún, o veía una ruka al lado de una vivienda social construída por el Estado que desplazaba a la primera a la función de bodega. Siempre tuve esa división entre esos espacios, entre lo que experimentaba en el sur y mi vida en Santiago viendo animé, por ejemplo, que creo que se nota mucho en la estética que caracteriza a mi trabajo.
-Y en cuanto a tu condición sexual, ¿cómo es salir del clóset en la periferia santiaguina?
-Eso derivó de mi entrada a la movida de las tribus urbanas y el descubrimiento identitario que de ahí se desprende: ser otaku, primero; luego entrar al visual, brit-pop, oshare… de todo. Tuve MySpace y fui Gold Camera en Fotolog, ponte. Ese punto de partida en la adolescencia repercutió más tarde en mi producción artística, al manejar otras herramientas teóricas y prácticas que me permitieron darles sentido a todos estos tránsitos. Durante mucho tiempo sentí que la homosexualidad y lo mapuche eran dimensiones irreconciliables. Con “You will never be a weye” sentí que al fin encontré el vértice que integraba esos dos ámbitos, al entender que esas categorías tenían en común el peso de la construcción identitaria colonial. Quiero decir, la imposibilidad de aunar ambos aspectos también tiene que ver con esta imagen típica virilizada del mapuche. Y no es así.
-¿Cómo abarcas los límites de las identidades que trabajas? Particularmente sobre la identidad mapuche, donde existen concepciones muy rígidas de qué sí es mapuche y qué no lo es.
-He intentado no juntarme mucho con el círculo de mapuches puristas. Eso me quita un peso grande en cuanto a las expectativas que debo responder. El purismo condiciona un estereotipo muy marcado sobre lo que debe ser mapuche, y yo creo que esa dimensión puede surgir desde otros devenires. Cito un ejemplo: hay chicas que son veganas y mapuches, lo que en ciertos espacios es complicado, pues el mapuche históricamente practica una alimentación omnívora. Mi pregunta es por qué el mapuche no puede modernizar o repensar las lógicas de su cultura. Repensar el machismo o el colonialismo. No tiene por qué quedarse pegado en la descripción de “La Araucana”.
-Y hacia la opinión pública, ¿de qué manera crees que es posible dar a entender que estas dos subjetividades, mapuche/homosexual, sí son posibles?
-A través del feminismo. Es la única forma. Se me viene a la mente Andrés Caniulef, quien también es un sujeto que comparte esta condición, pero que a la vez se presenta como una figura muy higienizada, que pretende normalizarse mediante una masculinidad muy forzada con el fin de insertarse en el imaginario colonial y machista que persiste en Chile. El mapuche todavía no puede reivindicar esas dos categorías por miedo a salirse de la norma. De los homosexuales en Chile también se puede decir lo mismo. Están constantemente en la búsqueda de asumir marcadores visuales masculinos, que no se les note “lo loca”, ocultando cualquier signo que pueda atribuirse a lo femenino. En el colegio, tenía compañeros gays que me discriminaban por ser mapuche. Para ellos, caía en una categoría inferior por tener esta herencia.
-¿Consideras que hubieses llegado al mundo del arte fuera de la academia? Entendiendo que esta última también tiene la carga colonial y occidental que buscas combatir en tu trabajo.
-Siempre me gustó dibujar. Mi sueño desde chico era ser artista, pese a carecer de una formación familiar vinculada al arte. No sé si hubiese seguido el camino del arte de no ser por la academia, pero si sé que la Universidad de Chile no me brindó ningún tipo de apoyo. Hay personas al interior de esa institución que sí me ayudaron, como Francisco Brugnoli o Cecilia Flores, a seguir dándole a este discurso considerado demasiado disruptivo en ese espacio. Ellos me dieron oportunidades y reafirmaron mis convicciones al destacar que en mi trabajo sí había un discurso digno de ser reivindicado, pero en la Universidad de Chile eso se da muy poco. Me encontré con profesores que decían que lo que yo hacía era irrelevante, o que el discurso feminista era latero y no iba a salvar a nadie.
-Y en los últimos años, en los que el feminismo y sus demandas efectivamente han logrado legitimarse, ¿notas un cambio en esas opiniones?
-No. La Universidad de Chile sigue siendo un espacio patriarcal, colonialista y que no apoya a sus estudiantes. “El pago de la Chile”. Por ejemplo, a pesar de mi currículum, nunca he expuesto en la sala Juan Egenau de la Facultad de Artes. No he recibido retroalimentación ni felicitaciones desde ese espacio, aun cuando mi exposición tuvo amplia cobertura en medios tradicionales y especializados.
-¿A qué crees que se debe esta indiferencia?
-Creo que es porque la universidad se resiste a validar mi discurso. Nunca les interesó ni les va a interesar. De todos los artistas de mi generación a los que les ha ido bien, ninguno de ellos está trabajando al interior de la facultad. Es gracioso, porque personas que no tienen una carrera artística están ahí haciendo clases. Gracioso y preocupante, porque una disciplina que tiene como objetivo formar nuevos artistas no tiene profesionales que estén en el medio proponiendo nuevas cosas. En la facultad falta pensamiento crítico tanto desde el cuerpo docente, como desde los estudiantes.
-¿Y en qué sí ha contribuido tu paso por la universidad a la reivindicación de estas otras identidades?
-Considero que sí ha sido importante el que yo sea artista titulado, certificado y legitimado. Mirando hacia atrás en el árbol genealógico, te puedo contar que mi abuelo fue panadero y feriante, mi padre fue mecánico y feriante y yo, viniendo desde esta realidad periférica, soy artista. Lo interesante es que, al estar a nuestro alcance la educación superior, ya no son los antropólogos quienes hablan de lo mapuche como una otredad, sino que ahora somos los jóvenes mapuches los que tomamos la palabra para narrar nuestra propia experiencia en primera persona. No como un otro. Sin embargo, esto sólo tiene alcances en la Región Metropolitana. Piensa que La Araucanía sigue siendo la zona más pobre de Chile, donde siempre gana la derecha y las oportunidades son muy pocas.
-¿Cómo enfrentas esta paradoja, la de haber podido acceder a la educación superior, en el caso de los warriache (mapuches que residen en la ciudad), gracias a becas y créditos del Chile neoliberal? ¿Cómo asumes esa contradicción?
-Bueno, es la globalización también la que me permitió ver animación japonesa cuando era chico. Creo que uno se hace cargo del colonialismo para descolonizar ciertas prácticas, pero a la vez hay otras que ya están, ya nos componen y no hay cómo deshacerse de ellas. Si no hubiese sido pokemona en el 2007, quizás mi experiencia como artista no sería la misma.
-¿Quiénes sí han logrado, en tu opinión, instrumentalizar el arte como herramienta política?
-Pedro Lemebel y Claudia Del Fierro son dos referentes que, para mí, pudieron trascender la esfera del arte y permear otras áreas, más públicas. Con “You will never be a weye” intento hacer un movimiento similar, en cuanto no es un objeto que descansa en una galería, lejos de todo. Está en internet, con acceso liberado, y hay gente que incluso ha hecho clases en cursos de básica y media con ese material. Hay muchos artistas que afirman que el arte no tiene que ser pedagógico. Yo creo lo contrario. Creo que el arte sí tiene ese potencial transformador, particularmente dentro del aula.
-Dijiste que el arte te había permitido resolver trancas personales. ¿Cómo transformas esos dolores personales en un producto? Un objeto de cerámica, como es el caso de “Gato por liebre”, o una instalación.
-“You will never be a weye”, para mí, es la obra que más éxito tiene en lo que refiere a tomar experiencias complejas y traducirlas al arte. Cuando pude realizarla, fue como exorcizar todo lo que me estaba pasando en ese período, de poder aunar dos subjetividades en conflicto y con ello empoderarme y seguir trabajando en lo que yo quería. Fue muy potente y sanador. Me demoré tres años en exhibir ese trabajo. En el 2015 decidí mostrarlo por primera vez en Galería Metropolitana, en una exposición apoyada por Luis Alarcón y Ana María Saavedra, y ese momento fue catártico: llanto y pena. Mis tías, que estaban presentes, me decían: “Qué doloroso ver esto. Por qué no nos contaste todos estos rollos. Pudimos haber hecho algo”.
-Desde tu lugar de enunciación, ¿en qué se expresa el colonialismo de Chile?
-En primera instancia, en la xenofobia. Creernos el jaguar de Sudamérica es atroz, si somos tan tercermundistas como el resto del continente. Otro aspecto que me llama la atención es que a la mujer mapuche se le exijan ciertas condiciones, tales como utilizar vestimenta y joyas tradicionales, a la vez que sobre el hombre mapuche no caen estas mismas exigencias. Eso también da cuenta de un colonialismo y machismo muy fuertes. Lo veo también en el encierro de la Machi Francisca, o en Lorenza Cayuhan pariendo engrillada. Y en el arte, por supuesto que está presente esta cuestión de recibir a artistas del primer mundo que vienen a “iluminarnos” sobre lo que nosotros tenemos que hacer. Hay muchos curadores y artistas que llegan con la idea de mostrarle, al artista latinoamericano, el camino correcto que debe tomar su obra. Además, en su reverso, están los artistas chilenos que aspiran a reproducir estéticas que vienen desde el norte global en sus trabajos, y eso lo encuentro penoso.