“La Antonia no se mató, la asesinaron”
Víctima de femicidio por inducción al suicidio y de desesperanza aprendida como manifestación de síntomas de una mujer maltratada sistemáticamente por su agresor en contexto de una relación sexo-afectiva, (porque pareja no eran). Él abusaba de ella física, emocional y sexualmente desde su posición de hombre con poder por situación de clase y privilegios de un padre abogado adinerado. No era una relación horizontal, no eran pareja.
Las marcas de mordidas en la espalda de Antonia, un globo ocular morado, moretones en brazos y piernas, las descripciones que ella hacía en la forma que él le pegaba en la cabeza para que no quedaron evidencias, que la obligara a emborracharse y mezclar medicamentos psiquiátricos, el terror paralizante ante una audiencia que protege al verdugo por miedo a perder el estatus, el aislamiento. Son la muestra de un trabajo de joyería, que solo un psicópata con un juicio de realidad intacto, con tácticas de tortura aprendidas y con intensiones perversas podría hacer. “¡Tírate por el balcón po, matate mierda!” Así le dijo tantas veces que no servía para nada y ella lo comenzó a asimilar así. Se tiró por la ventana, haciéndole caso a quien actuaba como su amo y señor, quien creía que Antonia DEBÍA hacer todo lo que él quisiera.
En Chile no existe la figura legal de inducción al suicidio como en otros códigos penales de América Latina y el mundo, en donde se define como: “un delito que consiste en ejercer una influencia física o mental sobre la víctima para conseguir que en un momento dado ésta cometa suicidio. Es una conducta penada por tratarse de una figura muy similar al homicidio o asesinato, que atenta contra el derecho a la vida”.
El que no esté escrito en nuestra legislación chilena actualmente, no implica que no sucedan situaciones como éstas, que hay que visibilizar y convertir en una demandan colectiva para miles de mujeres y niñas que se encuentran en situaciones como estas ahora.
Imagino como un "ni perdón ni olvido" quede plasmado en una futura “Ley Antonia” que, por lo menos, evite que el delincuente quede impune, y proteja a todas las mujeres y niñas que “decidan” dejar de existir por el daño que produce la violencia, se llegue o no a concretar.
Me pregunto ¿cuán libre somos las mujeres en este aquí y ahora para decidir sobre nuestras vidas? Para decidir y actuar conforme a lo que realmente se quiere es necesario que la voluntad de una persona no se vea viciada ni afectada por ninguna circunstancia que afecte de forma alguna la capacidad y el libre albedrio de ésta. La libertad es requisito y Antonia era presa de un delincuente, hizo lo que él quería que ella hiciera y, movida por una desesperanza aprendida o un “sentimiento de sinsentido de la vida” -como relata Victoria Aldunate en su libro “Cuerpo de mujer, Riesgo de muerte”-, “decide” ponerle fin por sí misma a un daño que no aprendió a enfrentar porque la violencia no es normal, es común.
La violencia es un aprendizaje social y no “un trastorno por descontrol de impulso”, porque la violencia que ejerce un hombre contra una mujer que dice que es SUYA termina en muertes. Intentan enseñarnos a “tolerar” la violencia a través de “las buenas costumbres”, de “problemas de pareja”, de un “es para toda la vida”, de un “Dios los unió, ahora son uno”, que “no nos metamos”, que no importa ser cómplice porque “es tema de ellos”, de un “algo debió haber hecho ella…”. A pesar de estos intentos de la sociedad patriarcal por normalizar lo anormal, el cuerpo y la psiquis no logran normalizar esto y la pena, la rabia, la frustración termina apagando esa luz que llevamos dentro hasta que no puede prenderse nunca más.
Estimado/a cómplice, a ti que le das fuerzas por las redes sociales a un delincuente, a ustedes que dicen que esto es una tema de dos, que es mejor no hablar nada porque la familia es poderosa y sienten miedo, para aquellas personas que dicen que esto “no es tema”, te recuerdo que lo Personal ES Político, tu silencio mata, también tu protección misógina e individualista.
Hoy día, ellas, sus eternas compañeras, la Consu (su madre) y la Roca (su hermana), no pueden despedirla con un beso en la mejilla como tanto desean. El envase físico de esa mujer de 23 años, con risa contagiosa, tierna y divertida se rompió en mil pedazos, así como también la vida de cientos que aman a Antonia, de cientos que amamos a las mujeres, amamos la vida y la libertad.
Porque no olvidaremos y tampoco perdonaremos, por la memoria de la Antonia y por todas aquellas que “deciden” no estar más, porque estar al lado de un asesino es tortura.
Esto comienza aquí,
La vida y la batalla Anto terminó ayer,
Ahora nos toca a nosotras continuar con su lucha,
las no cómplices, las compañeras,
las que amamos con sororidad,
el terminar la lucha que comenzó una mujer,
y así será.