'Tío Emilio' y la obsesión del periodismo con la micro delincuencia
Sólo en Chile Emilio Sutherland pudo pasar a llamarse Tío Emilio. El periodista, egresado de la respetada escuela de la Universidad de Chile, ha sostenido una larga carrera en medios tradicionales hasta llegar al autodenominado programa de denuncias “En su propia trampa”. Fue ahí, en su rol de persecutor de estafadores callejeros de poca monta, cuando comenzó a ser llamado como se denominaría al conductor de un programa de entretención para niños.
En uno de los primeros capítulos, Sutherland simuló estar enfermo para desenmascarar –palabra regalona del reportero- a unos chamanes, bajo el nombre de “Tío Emilio”. En adelante, el macabro apodo comenzó a ser utilizado con cariño por los medios que cumplen las mismas labores de Sutherland en sus pautas diarias: fustigando, persiguiendo y visibilizando de manera obsesiva la micro delincuencia.
En su propia trampa, copia del programa inglés The Real Hustle, vive de la institucionalización del sapeo periodístico y la condena moral, explicitada en la facilidad con que sus colegas hacen uso de los adjetivos cuando se trata del delincuente pobre: “antisociales” y “marginales” son algunos de los epítetos más comunes a la hora de relatar un caso policial en la TV.
Hasta ahora, sin embargo, lo más osado que ha hecho Sutherland al mando del programa es poner en duda a conocidas marcas de yogurt que aseguran solucionar el tránsito lento y, de paso, humillar públicamente a Enzo Corsi.
“La viña del Señor tiene pescaditos de todos los portes”
Alguna vez, Sutherland se metió con peces gordos. En plena dictadura, el intendente Sergio Badiola se dispuso a informar a la prensa sobre la apertura del Parque O’Higgins para un acto de la oposición. Entonces, un joven Emilio preguntó en plena conferencia de prensa: “Intendente, ¿por qué a los que apoyan al Gobierno le permiten una marcha por la Alameda, desde Baquedano hasta la Moneda, y a la oposición la mandan al parque? ¿No cree que eso es injusto o existe un doble estándar?”.
Entonces, Badiola perdió el juicio y terminó gritándole a la versión juvenil de Emilio Sutherland, quien tuvo que tomar su grabadora y salir corriendo del lugar. Fue su debut ante el poder.
Años más tarde, el “Tío Emilio” participaría de la denuncia realizada contra el senador Jorge Lavandero, a quien acusó de haber pagado para espiarlo. En tanto, en paralelo a su trabajo en Contacto –que desde hace mucho dejó de cumplir una función destacada en el periodismo de investigación- el sheriff de la televisión sólo se ha dedicado a desbaratar a pequeños estafadores.
En la calle, no obstante, él asegura que lo felicitan. “Algunos pinganillas me dicen que no los cague y me dan datos para investigar a otros”, señaló, y la palabra pinganilla queda haciendo eco: ¿Cuál de todos?
En una entrevista, sin embargo, Sutherland, aseguró que sigue siendo “el mismo cabro chico que expulsaban de la sala de clases por leer bajo el escritorio libros de Sherlock Holmes. Descubrir quién es el malo me alucina. Denunciarlo públicamente. Y es gratificante, además, porque uno siente que la labor periodística es un aporte…”
Fiel creyente del efecto mariposa, el reportero ha asegurado que le gustan los periodistas agresivos y que detesta a quienes se desempeñan como relacionadores públicos, pese a que ante los ojos de muchos él esté posicionado justo al medio de esa trinchera: obviando las grandes estafas y reduciendo la delincuencia al estafador callejero.
¿Por qué no te metes con peces gordos, Emilio? Ya se lo han preguntado: “La viña del Señor tiene pescaditos de todos los portes. En “En su propia trampa” las redes están para aquellos pequeñitos, pero que -como las pirañas- pueden hacer daños a muchas personas”, respondió.
Davor y Amaro también lo intentaron
Hace algunos años, el periodista de TVN, Davor Djuranovic, se lanzó a capturar a los evasores del Transantiago, que ya experimentaba un nuevo aumento en la tarifa. Entonces, cámara detrás, el reportero persiguió a los estafadores del transporte público –“que nos meten la mano en el bolsillo- para preguntarles por qué lo hacían.
Como buen periodista chileno promedio, ignorante de la realidad de miles de familias que no pueden o se cansaron de pagar por un servicio que los transporta hacinados hasta sus casas o trabajos, Djuranovic se dio un gusto fustigando a los pasajeros que evitaron pasar su tarjeta bip por la máquina de pago. “¿Por qué te subiste sin pagar?”, fueron algunas de sus preguntas, que incluyeron acercamientos de cámara a cada uno de los interrogados.
El episodio le costó algunos escupitajos y garabatos al reportero de TVN, que se defendió de las críticas asegurando que hacía su trabajo, pese a que no se sabe de ninguna escuela de periodismo que instruya, actualmente, a sus alumnos para desarrollar tareas de fiscalización policial.
Amaro Gómez Pablos, en tanto, debutó en el periodismo de persecución para el terremoto de 2010, cuando se encontraba reporteando en Concepción. Además de los edificios derrumbados y los muertos por la catástrofe, Gómez Pablos centró su trabajo de información en el saqueo que sufría un supermercado Líder, donde un grupo de gente robaba grandes cantidades de comida y electrodomésticos.
“Estamos viendo cómo hordas de personas acuden aquí en búsqueda de pertrechos. ¿Esto es vandalismo, esto es robo o necesidad?”, preguntó el reportero, excitado ente las imágenes y evadiendo el chorro de agua de un camión policial. La nota sobre los saqueos tuvo una duración total de 10 minutos y medio.
“La burda operación del programa”
Las vueltas de la vida. Hoy, el justiciero de la televisión vio la cara más fea de la justicia luego de que el Tercer Tribunal Oral de Santiago decidiera, de manera unánime, absolver a tres jóvenes de la población Juan Pablo II de lo Barnechea que fueron apuntados por su programa.
En efecto, el equipo de “En su propia trampa” montó el abandono de un vehículo estacionado para llamar la atención de unos jóvenes que, sin antecedentes penales, subieron al automóvil que hasta tenía las llaves puestas.
“En un acto de abierta discriminación, los profesionales de Canal 13 se dirigen a un sector muy vulnerable, como es la población Juan Pablo II, y con la burda operación de dejar un auto con las puertas abiertas y las llaves puestas, expusieron a jóvenes sin antecedentes penales, pero con la inmadurez propia de la adolescencia y en situación de riesgo social a cometer un delito para grabar una escena que beneficiaría su rating televisivo”, fue el duro fallo emitido por el tribunal.
Anteriormente, Canal 13 debió pagar multas por denuncias al Consejo Nacional de Televisión y el propio Sutherland se vio involucrado en la investigación por el delito de sustracción de menores y torturas.
En Mega, en tanto –no es una sorpresa para nadie- ya han puesto sus ojos sobre él, mientras que Canal 13 lo mantuvo obediente como una oveja cuando censuró el reportaje de Contacto donde se mostraban los malos tratos recibidos por nanas al interior de los mejores colegios de Santiago. Quizás uno de los pocos golpes bajos que pudo dar el Tío Emilio.
Por ahora, Sutherland sigue siendo el periodista regalón del negocio de la televisión: disparando contra pobres, eternizando el ciclo de concepción de la delincuencia como práctica de “pinganillas” comunes, y omitiendo las millonarias estafas de los “antisociales” al mando de las empresas y el poder. El Tío Emilio, sin embargo, no entonará solo su canción: en televisión, radio, papel e Internet, otros reporteros títeres harán eco del periodismo persecutorio, al compás de los hilos que se mueven desde arriba.