El feminismo, el arte y la potencia de imaginar: Tomarse el futuro por asalto
El Día Internacional de la Mujer Trabajadora en Chile coincide con el arranque de gran parte de las actividades del año luego de las vacaciones, por lo que muchas lo tomamos también como una manera de hacer diagnósticos, identificar desafíos y proponer líneas de activismo feminista.
Este 2024 el panorama parece ser un poco amenazante. Frente a las reivindicaciones históricas que año a año reforzamos y visibilizamos contra la violencia patriarcal y capitalista, que van desde el derecho a la interrupción del embarazo libre, legal, seguro y gratuito y todas las violencias que se ejercen sobre nuestros cuerpos, hasta la denuncia y propuestas de acciones frente al disciplinamiento financiero y las condiciones socio-laborales de una vida precaria que afecta particularmente a las mujeres y no binaries, se suma además un contexto internacional preocupante.
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Destaca en ello, por un lado, por el avance de la derecha, con el ejemplo del país vecino donde el nuevo gobierno niega las brechas salariales entre géneros, degrada el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad a subsecretaría y anuncia que prohibirá el lenguaje inclusivo y “todo lo referente a la perspectiva de género” en la administración nacional, y por otro, asistimos a vista de todxs y frente a la inactividad y/o apoyo de los grandes poderes, al ataque y masacre de Israel al pueblo Palestino, donde gran parte de sus víctimas son mujeres y niñes, y también podemos hablar de nuestra propia realidad y la militarización ejercida sobre las comunidades mapuches.
Todo ello lleva a las feministas a reforzar prácticas de solidaridad popular internacional que se manifiestan en las consignas de este 8M. Así, las diferencias y luchas internas, que reconocemos y son parte de nuestro activación, expansión y pensamiento crítico como colectivo, parecen quedar en un segundo plano frente a un clima de urgencia o al menos de amenaza frente a lo conquistado y todo lo que aún está tan pendiente y emerge.
Esta situación de alarma no es algo propio del feminismo, hace tiempo que observamos que vivimos en un mundo amenazado. Hablamos de una crisis ambiental que la decaída Organización de Naciones Unidas ha elevado a la categoría de ebullición global; la crisis del sistema neoliberal y sus democracias liberales que se manifiesta en el avance de propuestas totalitarias; la automatización del trabajo y el avance de un mundo digitalmente administrado y controlado; a lo que se suma una creciente desigualdad social, la profundización del individualismo que incluso se manifiesta en prácticas y retóricas que van desde el “válgase por usted mismo” hasta “sálvese quien pueda”, la baja en la tasa de natalidad, etc.
Estos son algunos de las otros grandes problemas que se observan y que refuerzan este fenómeno de que estamos ante un punto crítico, ante el colapso del sistema o el fin de… ¿El fin de qué?, ¿del mundo?, ¿de la historia?, ¿de los contratos sociales que legitimaban las instituciones sociales?, ¿de los pueblos?, ¿de una sensibilidad?, ¿del arte?
Se multiplican las narrativas apocalípticas y catastróficas, nos inunda el pesimismo y nos agobia un sentimiento de impotencia, a la vez que se ponen de moda las series distópicas, los intelectuales hablan de agotamiento, y las posibilidades de construir un relato de futuro transformador se vuelven una quimera. La sentencia jamesoniana, que declaraba que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, se expande entre muecas cínicas y gestos de depresión y cansancio, que en Chile se figuran en el fracaso constituyente. Todo se agota y no vemos alternativas, ni posibilidad de construir un relato transformador sobre nuestro porvenir; la situación parece desoladora.
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Me pregunto ¿será muy ingenuo volver a una pregunta tan básica que tantas veces las mujeres nos hemos hecho como “es este el mundo que queremos”?, ¿es que acaso no podemos imaginar alternativas?, ¿está nuestra imaginación atrofiada? No pretendo aquí recuperar las utopías de décadas pasadas, en un giro de melancolía de izquierda, así como tampoco abogar por las “filosofías de la felicidad y el optimismo”, sino de dar cuenta de la potencia de la imaginación. Y en este sentido creo que los movimientos feministas y el arte tienen mucho que aportar.
Las mujeres partimos de una precariedad que nos hace ir a tientas pero con la urgencia de querer transformarlo todo. Los feminismos mantienen una relación abierta, deseante con la posibilidad de interrogarse y relacionarse con lo otro de una manera menos “segura”, menos tajante, y por tanto abrirse a la potencia de lo extraño, el exceso y lo incalculable, es decir de una imaginación transformadora; pero también nos emplazan éticamente, sin tapujos, y nos obligan a pensar de manera situada y generar estrategias.
Las epistemologías y activismos feministas actuales, por ejemplo en sus vertientes y derivaciones ecofeministas y ciberfeministas, proponen otros vínculos, otros modos de habitar, pensarnos, conformarnos y reensamblarnos entre los seres y tecnologías. Proponen así imaginaciones de futuro que sean alternativas al “realismo capitalista que todo lo absorbe” a través de la exploración de una sensibilidad, que surge desde aquellas miradas que ponen en crisis los paradigmas androcéntricos y hacen hincapié en los cambios de sensibilidad material que produce el descalabro ambiental. Contra la atrofia de la imaginación utópica que hoy vivimos, nos permiten explorar alternativas de manera sensible, pero también concreta.
Necesitamos hoy más que nunca de una imaginación que permita alternativas y, más aún, alteridades. Se trata de una estrategia política pero sensible, porque precisamos de exploraciones que se distancien críticamente de lo “familiar” y desesperante del presente, para imaginar. En este sentido, el arte como exploración de lo sensible, cumple un rol fundamental.
El arte al igual que el feminismo se vale de la potencia deconstructiva y de los espacios vacíos, por lo que puede imaginar nuevas condiciones creativas, sociales, materiales y políticas que no reiteren los tradicionales modelos de poder, a la vez que establece con ellas una relación gozosa. También el arte, como el feminismo, explora un pensamiento propio y crítico, no se amolda de una vez y para siempre a un único modelo, mostrando una determinada verdad; la subjetividad y la sensibilidad está siempre en potencia, por lo que vislumbra un futuro alternativo, puede imaginarlo; puede imaginarnos como otros.
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Partimos de la base que la construcción de la conciencia feminista es colectiva, pero también debemos recordar que es una construcción imaginativa, es decir no se limita a una crítica de la opresión sin imaginar y proponer un posible, imaginando un futuro mejor. Se trata entonces de insistir en un mundo común que hoy no parece posible, pero se hace necesario explorar, generar sensibles, imaginarlo para sublevarnos.