Pantalla

Crítica de Cine | «TÁR»: El tempo absoluto de Cate Blanchett

Por: Paula Frederick / Culturizarte | Publicado: 02.02.2023
Crítica de Cine | «TÁR»: El tempo absoluto de Cate Blanchett TÁR | Cedida
TÁR es una película majestuosa y a la vez imperfecta. Cómo Lydia Tár, como la propia Cate Blanchett, como una pieza musical que construye su armonía en su estridencia y su silencio. Un filme que inicia pasando los créditos finales, quizás demostrando que todo es parte de un loop infinito. Una obra que incomoda y remueve. Es sobre todo una oda a Cate Blanchett, artista que, a pesar de la vida y sus bemoles, sabe mantenerse siempre en lo alto. 

Ver a la actriz australiana Cate Blanchett en acción es siempre es un privilegio. Y TÁR, segundo largometraje del director norteamericano Todd Field, está hecha para darnos ese placer. Para admirarla en su máxima expresión, observarla en todos sus bemoles, sus tempos, sus arcos interpretativos. Como si ella misma fuera una sinfonía, que debemos seguir con atención para no perder ninguna nota.

Nominada a Mejor Película en los Oscar 2023, TÁR gira en torno a la directora de orquesta y compositora Lydia Tár, personaje ficticio, pero en el que confluyen personalidades reconocibles, vivencias reales y sentires colectivos.

Lydia Tár es muchas cosas: discípula del mítico Leonard Bernstein, la primera mujer en dirigir la Orquesta de la Filarmónica de Berlín, estrella a nivel mundial, compositora de música de películas y una de las pocas artistas denominada EGOT (ganadora de un Emmy, un Globo de Oro, un Oscar y un Tony). Una mujer que se mueve con soltura y firmeza entre la cultura de elite y la de masas, además de destacar en un mundo históricamente reservado a los hombres.

Lydia está casada con una violinista de la Filarmónica de Berlín, Sharon (Nina Hoss), con quien tiene una pequeña hija, Petra, quien inicia a resentir la ausencia física y mental de Lydia. Mientras dirige un programa de becas para mujeres compositoras, los rumores se hacen cada vez más estridentes. La acusan de abuso de poder y acoso sexual hacia las jóvenes que se acercan a ella buscando inspiración y mentoría.

El juicio público y las pruebas en su contra, sean o no irrefutables, avanzan en in crescendo e invaden cada aspecto de su vida, hasta transformarse en el elefante en la habitación, en una suerte de “ruido blanco” omnipresente que no puede acallarse, aunque los violines suban sus acordes o el trombón suene a todo volumen. Lo único que Lydia parece manejar es la batuta, el pulso de una orquesta, los movimientos marcados y definitivos que dan la ilusión de tener las cosas bajo control.

“Jugar con el tiempo es la forma de encontrar la propia voz”. El manejo del tiempo es la principal enseñanza que, cuenta la película, le habría traspasado Leonard Bernstein a su protegida para enfrentarse a una obra musical e interpretarla de la mejor forma posible. El tiempo es también el protagonista en la propuesta de Field, quien maneja con destreza y sello propio el pulso del relato, creando una tensión constante a pesar de su lentitud e incluso de sus tiempos muertos.

La narración se ralentiza, pasa de un adagio a un alegro, maneja su flujo con absoluta propiedad e instala en el timing narrativo todo su poder, poniendo el montaje, la elección de los personajes y cada fragmento del engranaje en función de Cate Blanchett y su propio tempo personal.

Así, la película se construye como si fuera una composición de Mahler, melódica pero abrupta, clásica pero rupturista, intensa y magnánima a veces, pequeña y silenciosa otras. Al mismo tiempo, razona sobre las derivaciones del poder y las percepciones simuladas que crea, las fake news, las construcciones peligrosas de las redes sociales y su poder para crear realidad. Sin duda es una película ambiciosa, que se mete de lleno también en las relaciones personales, los estragos del desequilibro entre el éxito desmedido y la vida privada, así como en las pasiones que consumen cada célula de quien las experimenta.

A ratos, Lydia y Cate Blanchett parecen fundirse. La realidad de la actriz se traslapa con la ficción de la “maestro” (“no quiero que me llamen maestra”, dice, “porque a los astronautas hombres no se les dice astronautos”), ambas corporalidades situadas ya en un pedestal de gloria, genio y divinidad. Esta identificación entre las dos entidades hace que el rol de Blanchett fluya con magia y naturalidad, pero al mismo tiempo con una clara intención de “interpretar” un personaje, dar vida a un cuerpo cinematográfico, a la inflexión de su voz, sus obsesiones corporales, los pequeños gestos que le dan humanidad a un ser ficticio.

Aun así, nunca perdemos de vista el alma de la actriz, que entrega cada nota de sí misma, haciendo que la película nunca decaiga en potencia, a pesar de sus falencias, juicios moralistas o alargues innecesarios. Por su parte, el director se funde también con la interpretación de Blanchett y se aprovecha de los silencios, las miradas perdidas, los espacios entre notas y el llamado “ruido blanco”, para generar una tensión constante. La sensación de una hecatombe inminente, del derrumbe de un sueño o el inicio de una pesadilla, que se funde con imágenes y melodías de belleza conmovedora.

Todd Field nos invita a atravesar un archivo de formas ampliamente conocidas: la modernidad, las dinámicas de las altas esferas, los vicios del ambiente académico y sus miembros “honorables”, el tras bambalinas de la Filarmónica de Berlín ensayando una obra de Mahler. Luego, como si pasara a otro tempo del relato, desenvuelve una suerte de thriller protagonizado por espectros que circundan a Lydia, la materialización de sus miedos e inseguridades y la presencia inminente de los actos del pasado, quizás el fantasma más fatídico de todos.

Estas dos dimensiones se mueven con naturalidad, teniendo como vértice las dinámicas de poder, las relaciones íntimas versus las públicas, la relatividad de los hechos y la tan en boga “cultura de la cancelación”. Todos temas actuales y esenciales que no adquieren un protagonismo exagerado ni son ejes del relato, sino se mueven en función del fulcro de la película: El alza y caída de un talento desbordado.

TÁR es una película majestuosa y a la vez imperfecta. Cómo Lydia Tár, como la propia Cate Blanchett, como una pieza musical que construye su armonía en su estridencia y su silencio. Un filme que inicia pasando los créditos finales, quizás demostrando que todo es parte de un loop infinito. Una obra que incomoda y remueve. Es sobre todo una oda a Cate Blanchett, artista que, a pesar de la vida y sus bemoles, sabe mantenerse siempre en lo alto. 

Título original: TÁR

Dirección: Todd Field

Guion: Todd Field

Música: Hildur Guðnadóttir

Fotografía: Florian Hoffmeister

Reparto: Cate Blanchett, Nina Hoss, Mark Strong, Noémie Merlant, Sam Douglas, Sydney Lemmon,

Murali Perumal, Diana Birenyte, Vivian Full, Amanda Blake

Distribuidora: Andes Films

Año: 2022

Duración: 158 minutos

País: Estados Unidos

En salas desde el 26 de enero

Artículo publicado en alianza con Culturizarte.

 

Déjanos tus comentarios
La sección de comentarios está abierta a la reflexión y el intercambio de opiniones las cuales no representan precisamente la línea editorial del diario ElDesconcierto.cl.