Crónica del referéndum catalán: A golpes contra las urnas

Crónica del referéndum catalán: A golpes contra las urnas

Por: Meritxell Freixas | 02.10.2017
¿Cómo se vivió la jornada electoral dentro de los colegios? ¿Cómo fue la represión policial? Este es el testimonio de El Desconcierto de la histórica convocatoria de referéndum en Cataluña.

Vecinos del barrio de Gràcia de Barcelona, uno de los que concentra más movimientos sociales y de izquierda de la ciudad, llegan a la casa del adulto mayor de la calle Siracusa, habilitada como sede para celebrar el referéndum de independencia que ha impulsado el gobierno catalán pese a la oposición del presidente español Mariano Rajoy.

Van cargados con carros llenos de salchichas, pan, croasanes y jugos. Es el desayuno que de forma voluntaria ofrecen a las más de 300 personas que a las 5 y media de la mañana han decidido congregarse ante el punto de votación para evitar que los Mossos d'Esquadra, la policía catalana, precinte los locales e impida la consulta. Es la primera pantalla que los votantes tienen que sortear durante la que consideran que es una jornada histórica. Según la Ley de Referéndum que aprobó el Parlamento catalán, si gana el "Sí", en 48 horas se aplicará una declaración unilateral de independencia.

“Todos a sus posiciones”, se escucha de repente. Automáticamente la multitud se agrupa frente a la puerta del edificio en silencio y una calma tensa impregna el ambiente. Los agentes llegan, preguntan por la actividad, comprueban que no hay material relativo al referéndum, levantan el acta y permanecen en la calle, apartados y observando la muchedumbre. Antes, uno de los manifestantes les ofrece un chocolate caliente, que ellos rechazan agradecidos. La atmosfera se relaja y la gente sigue comiendo, conversando y compartiendo tranquilamente.

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A las ocho, y después de más de dos horas bajo la lluvia, llega el segundo aviso de los organizadores. El punto de votación no podrá abrirse, no explican por qué. Pero como el gobierno regional ha anunciado la puesta en marcha de un censo universal electrónico, que permite a los ciudadanos y ciudadanas votar en cualquier sede electoral, quien desee participar tendrá que desplazarse hasta el local electoral más cercano, el colegio L’Univers.

Colegios abiertos

Las colas desbordan la escuela por los dos accesos de que dispone. La gente se amontona entre aplausos y gritos de “¡Votarem!”. Los voluntarios piden que en primer lugar de las larguísimas colas se coloquen las personas mayores, aquellas que conviven con alguna capacidad diferente y las mujeres embarazadas. Las filas de personas se articulan poco a poco mientras varias personas se presentan como voluntarios espontáneos para constituir las mesas ante el llamado de los organizadores. Eso porque los miembros que fueron oficialmente convocados no pudieron ser notificados debido a la intervención política y judicial de Madrid en los preparativos del referéndum.

Los aplausos no cesan. La gente canta, grita y desborda entusiasmo. Una euforia colectiva se palpa en el ambiente y se dispara al máximo cuando aparece el encargado de abrir el colegio electoral. Otra pantalla superada: colegios abiertos. La gente entra por grupos muy reducidos por lo que se prevé que la jornada electoral será larga y que los movilizados tendrán que dotarse de altas dosis de calma y paciencia.

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Vota la primera persona. La imagen del referéndum en marcha en este colegio de Gràcia ya es una realidad. Aplausos, flashes y ovaciones. Se vota. Sin embargo, la dinámica es muy lenta y el mecanismo de votación se interrumpe constantemente por fallos en el sistema informático. Las incidencias se replican en todo el territorio. Se concreta, así, la amenaza de sabotaje informático. Parece que esto de votar molesta mucho y los hackers contrarios a estas urnas están interviniendo el sistema, que termina afectando incluso a los sitios web de la radio y televisión públicas de la región.

"¡Modo avión, modo avión!". Los votantes que esperan en las colas llaman a que la gente desconecte el Internet de sus celulares para facilitar la conexión dentro del colegio electoral.

Salen las primeras personas del recinto. Es como un degoteo, muy lento al principio. "He votado 'Sí' porque quiero que nos vayamos de este país. Hoy pienso mucho en mi padre", dice emocionada Marta Ticó, una vecina del barrio de 82 años.

La espera es larga y la gente pasa el tiempo pegada al celular, viendo si el hermano, la madre o la amiga ya ha depositado su papeleta. Es entonces que empiezan a viralizarse rápidamente las imágenes de la vergüenza.

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Represión brutal

Empujones, golpes, patadas, tirones y porrazos. Indiscriminados, contra todos, y con una brutalidad y violencia que tiñen de blanco y negro el escenario. Parecen rescatadas del pasado más oscuro del "Reino" indisoluble e indivisible. Se suceden una tras otra: primero la abuela ensangrentada, luego las personas que tratan de socorrer al señor que sufre un ataque al corazón en plena carga policial, la chica a la que le rompen los dedos uno a uno, y así sucesivamente.

Una pelota de goma ha golpeado en la cara a un manifestante. La policía apuntaba hacia arriba no al suelo. pic.twitter.com/ygx00LM6TH

— La Marea (@lamarea_com) 1 de octubre de 2017

Represión -con todas las letras y en mayúsculas- que se extiende rápidamente por los pueblos y ciudades del territorio. Twitter se convierte en una máquina de fabricar rabia y dolor porque la gente no puede creer lo que ve. La realidad supera cualquier ficción posible. Los agentes de la Guardia Civil y la Policía Nacional, muchos de ellos encapuchados, asaltan los colegios en búsqueda de las urnas. Los ciudadanos recurren al ingenio y creatividad para evitar que les arrebaten las papeletas: las esconden, las acordonan, tratan de protegerlas. La gente se sienta en el suelo, con las manos arriba. La consigna es clara y se ha repetido durante los últimos días: resistencia pacífica.

La demostración de fuerza es especialmente dura en las sedes electorales donde ejercen su derecho a voto el presidente catalán, Carles Puigdemont, el vicepresidente, Oriol Junqueras, y la presidenta del Parlamento, Carme Forcadell. No es al azar. Es la lógica del "a por ellos" de los cuerpos policiales, que se evidenció hace pocos días a través de las redes sociales.

Se producen escenas de película. Como cuando Puigdemont despista y esquiva la vigilancia policial de un helicóptero cambiándose de auto debajo de un túnel para que a la salida, las fuerzas policiales del Estado español no sepan en cuál de los vehículos que salen está el mandatario catalán.

¿Sería consciente Mariano Rajoy de que entre las personas agredidas también hay, seguramente, personas que querían dar su voto al “No”? Como Felipe Prieto, un canario que desde hace más de tres años vive en Barcelona y que hace cola en el colegio Pau Casals, también de Gràcia. Dice que va a votar por el "No" porque, pese a que no puede votar todos los españoles y españolas, como él quisiera, "es importante mandar un mensaje de que no hay otra alternativa que votar porque esto tiene difícil arreglo".  Hoy él también es una víctima.

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Un antes y un después

Pese a la estupefacción y el impacto de las fotos y vídeos, la gente sigue votando durante la tarde. Sólo cierran los colegios con menos gente para enfrentar una posible irrupción de la policía. Según los datos entregados al final de la jornada por el gobierno catalán, fueron un total de 400.

Las brutales agresiones ocurridas durante la mañana han despertado la rabia de los ciudadanos indecisos en la pregunta y también de otros que hasta el momento se sentían indiferentes. Aún más enfurecimiento contra la policía y más ganas de irse de este país. Durante la tarde, la escala de represión baja. Los agentes se dedican a intimidar y provocar, pero son muy pocos los ataques con uso de la fuerza desproporcionada. Pero el mal ya está hecho. Las imágenes dan la vuelta al mundo y las urnas empiezan a llenarse de votos de personas que hasta entonces no creían en este referéndum.

La tensión se vive hasta el final de la jornada. Hay que custodiar el colegio electoral hasta que termine el recuento de votos, por eso los organizadores piden a la gente que no se vaya y que se quede afuera para bloquear la entrada del local en caso de que llegue la policía. La gente, nuevamente, responde.

A las 8 de la tarde, los locales empiezan a cerrar sus puertas para iniciar el escrutinio. La mezcla de emociones es extraña, como agridulce: el objetivo se logra pero dejó a 893 personas heridas, dos de ellas de gravedad. Sin duda, las relaciones entre el Estado español y Cataluña llegaron a un punto de no retorno. Habrá un antes y un después de este 1 de octubre.

Mientras, la convocatoria ciudadana se traslada al centro de la capital, en Plaza Cataluña. Las organizaciones independentistas han organizado un acto para que la gente espere y celebre los resultados del referéndum. Pero los congregados llevan celebrando desde que terminó la jornada electoral: más allá del resultado, han podido votar. Esa es su gran victoria.

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