Falacias respecto al matrimonio
El lunes 28 de agosto se firmó el proyecto de matrimonio igualitario, una iniciativa que busca permitir el acceso de todas las parejas, sin importar si son de distinto o igual sexo, al contrato matrimonial. Sin embargo, ese mismo día, comenzaron a verterse diversas opiniones respecto de la iniciativa, muchas de dudosa veracidad. Son esos argumentos los que hemos llamado las “falacias respecto del matrimonio”, y que a continuación, intentaremos aclarar.
La falacia etimológica. La palabra matrimonio viene del latín “matrem” que significa madre y “monium” que significa calidad. Es decir, etimológicamente, matrimonio significaría calidad de madre, y por tanto, nada sería matrimonio sin la posibilidad de la procreación. Sin embargo, en nuestro ordenamiento jurídico —y en nuestro lenguaje diario— usamos muchas palabras a las que hoy se les asigna un significado distinto de su raíz etimológica. Son los casos de la palabra “salario”, que etimológicamente significa “pago en sal”, o “patrimonio” que es “recibir por línea paterna”. ¿Por qué no se propone que los sueldos se paguen en sacos de sal, o que las mujeres no puedan ser titulares de bienes? ¿Por qué se exige seguir al pie de la letra la etimología de una sola palabra, justo aquella que perpetúa una discriminación estructural a personas en razón de su orientación sexual?
La falacia de la procreación. Se ha dicho —particularmente por el candidato presidencial Sebastián Piñera— que el objeto del matrimonio es la procreación, que sería un contrato para tener hijos. Sobre esto hay que señalar dos cosas. La primera es que, evidentemente, nadie requiere firmar un contrato para tener un hijo. Tanto es así, que hoy el 73% de los niños y niñas nacidos en Chile lo hacen fuera del matrimonio. La segunda, es que siempre se ha permitido el matrimonio de personas infértiles, de adultos mayores, e incluso, de personas que están cerca de morir: el matrimonio en artículo de muerte. Asimismo, los matrimonios de las personas que han decidido no tener hijos, pudiendo tenerlos, son válidos y surten los mismos efectos de los matrimonios que sí deciden ser padres. Si se tiene el convencimiento que el matrimonio es exclusivamente para procrear, ¿Por qué no se propone prohibir los matrimonios de quienes no pueden hacerlo —como hoy tenemos esa prohibición las parejas del mismo sexo— y se anulan los matrimonios de personas que deciden no tener hijos?
La falacia antropológica. Algunos sostienen que, antropológicamente, el matrimonio ha sido siempre la unión entre un hombre y una mujer. Sin embargo, desde una perspectiva antropológica se podría argumentar a favor de la discriminación a la mujer, los mayorazgos e incluso la esclavitud. No puede ser un argumento en contra de abrir instituciones civiles que éstas, en otros tiempos, no lo contemplaban tal como ocurre hoy. Si así fuera, los hijos seguirían siendo discriminados dependiendo de si sus padres están o no casados, nadie podría divorciarse y las mujeres no podrían votar ni acceder a cargos de elección popular hasta hoy. Además, si fuera por motivos antropológicos, deberíamos prohibir el matrimonio por amor y seguir casando parejas para proteger patrimonios, linajes y tierras.
Estos son solo algunos de los muchos argumentos que, probablemente, escucharemos para oponerse a la igualdad en el matrimonio. Será tarea de todos analizarlos en su mérito, y desmentirlos cuando busquen perpetuar una discriminación estructural por el solo hecho de referirse a reconocer derechos a las parejas del mismo sexo. El largo camino de la tramitación legislativa recién comienza, y tendremos un largo período de tiempo para sorprendernos y refutar frases antojadizas y poco ciertas respecto a las condiciones que, la ley civil de nuestro Estado laico, debe garantizar a todos sus ciudadanos. Esa será tarea de todos.