La mano invisible de los incendios forestales
Desde que en 1776 Adam Smith publicó su célebre ensayo sobre las virtudes de la división del trabajo, la especialización y el comercio como fuentes de riqueza de las naciones, la humanidad se ha embarcado en un programa fatal que hoy muestra sus consecuencias más dramáticas. Olvidadas quedaron las reflexiones de otros economistas clásicos que hablaron del capital, el trabajo y los dones de la naturaleza, como las fuentes de riqueza. En nombre de la eficiencia y rentabilidad, regiones completas se especializaron en la provisión de unos cuantos productos orientados al mercado mundial, del cual han terminado dependiendo para abastecer todo el resto de sus necesidades materiales. Y para la naturaleza misma esto ha terminado constituyendo un pésimo negocio.
En el caso del sector forestal, la pretensión de abastecer al mercado global de la celulosa con un producto de calidad homogénea y a bajo costo ha implicado la plantación de millones de hectáreas con una o dos especies forestales de rápido crecimiento. Esta radical simplificación de los ecosistemas forestales y la aceleración de sus ciclos naturaleza ha terminado entrando en colisión directa con los principios de diversidad y redundancia que caracterizan el comportamiento de los bosques y que permiten su resiliencia y evolución.
Gracias a procesos evolutivos de millones de años, los ecosistemas cuentan con mecanismos de autorregulación que impiden, por ejemplo, que una especie se transforme en plaga en la medida que es controlada por otra especie para la cual representa fuente de alimentación. Esta autorregulación que la naturaleza ha provisto termina violentada al tratar al suelo como mero activo económico que puede cambiar de uso según las rentabilidades relativas entre cultivos y que debe especializarse en una sola producción, con el fin de maximizar utilidades y/o minimizar costos.
Los extensos monocultivos de plantaciones forestales de rápido crecimiento, ricos en resinas, se han terminado transformando en un depósito de combustible viviente que se activa ante la menor variación de las condiciones ambientales. De hecho, en este verano el reporte de cantidad de incendios forestales se mantuvo sin mayores alteraciones. La gran diferencia fue el impacto de estos incidentes desde el punto de vista de la superficie implicada, facilitada por condiciones de sequía, temperatura y vientos. En condiciones distintas, la reserva de humedad de los bosques nativos maduros hubiese operado como un cortafuego natural frente a la expansión de los incendios. Particularmente, en las quebradas. Pero hoy los monocultivos forestales han cubierto incluso estos espacios, siguiendo estrategias de negocios de máximo retorno y, por cierto, de máximo riesgo.
Desde una perspectiva económica, se puede decir que la biodiversidad opera como un “seguro en especie”, amortiguando las oscilaciones de productividad de los ecosistemas y generando un tipo de rendimiento más estable en el tiempo. Desde esta mirada, podemos decir que, buscando una estrategia de máximo riesgo y máximo beneficio, la industria forestal transfiere o externaliza los riesgos de sus estrategias de negocios al conjunto de la sociedad. De modo que aun cuando cuente con sistemas privados de control de incendios y seguros financieros para cubrir sus pérdidas, la industria forestal no es responsable de los efectos agregados que sus acciones generan sobre terceros. Este patrón de comportamiento es muy similar al de otras industrias de commodities como la del salmón o de la hortofruticultura, donde la emergencia de plagas y enfermedades juegan el papel de verdaderos incendios ecológicos.
La interface entre economía y ecología, denominada economía ecológica, estudia este tipo de situaciones y tiene un desarrollo relativamente reciente. El gran aporte de este enfoque interdisciplinario es que nos permite contar con un fundamento sólido para hablar de sustentabilidad, no como un incierto o vago supuesto balance entre dimensiones económicas, sociales y ambientales, sino como límites más o menos críticos al tamaño que puede alcanzar la economía humana en relación a la capacidad de soporte de los ecosistemas. Tamaño que se expresa en flujos de materia y energía que pueden ser extraídos de la naturaleza o dispuestos en ella sin afectar los servicios de soporte vital que provee.
En el caso de la industria forestal todo indica que esos límites están largamente excedidos y que una visión de sustentabilidad para esta actividad debe partir por excluir cabeceras de cuenca y quebradas del monocultivo forestal, con el fin de recuperar la provisión de agua y humedad. Medidas adicionales implicarían diversificar las especies plantadas, reducir las superficies sujetas a tala rasa, incorporar zanjas de infiltración y corredores de biodiversidad en torno a los caminos forestales y rediseñar las máquinas utilizadas en las faenas con el fin de minimizar el impacto en el suelo. Todo esto sin duda tendría un impacto relevante en los costos de la industria, cuestión que obligaría a desarrollar productos de mayor valor agregado y a buscar mercados dispuestos a pagar por tales tipos productos. Incluyendo aquí el rol de las políticas públicas en la valorización de este tipo de prácticas.
Y aún si esta argumentación no fuera suficiente, restaría decir que el tiempo del petróleo barato ya pasó y que en pocos años el alto costo energético del transporte de commodities orientados al mercado global volverá inviable este tipo de negocios y nos obligará a replantear la geografía económica de nuestras regiones. Hemos de esperar que no tengamos que experimentar esto como una crisis, al estilo de la que vivió Cuba cuando se acabó el subsidio petrolero de la ex Unión Soviética. Pues peor que los resultados indeseados de la mano invisible que gobierna los mercados es la ceguera de la sociedad que no ve hacia donde conduce tal programa.